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NEWTON Y LA EPIDEMIA



  Dijo un señor muy listo, de cuyo nombre no puedo acordarme: “Entre todos, los sabemos todo”. Pero esto parece que lo ignoran los señores del gobierno. Actúan como si el nombramiento de ‘alto cargo’ le infundiese la ciencia. Qué más quisieran. Y claro, como se creen en posesión de la verdad, no andan llamando. Y mira que les tengo dicho que no les voy a cobrar ni un duro (si sé lo que me consultan, claro). Pues nada, no llama ni dios. Ellos que se lo pierden.
  Qué trabajo le hubiese costado a Salvador Illa, ministro de Sanidad: Agapito, qué te parece que hagamos con el 8-M. ¡Ni se os ocurra!: “¡nada hay tan grato a una plaga como las concentraciones de gentes!”. Mira lo que escribió en 2005, “De Arquímedes a Einstein”, el profesor Lozano Leyva, físico nuclear: “El año que Newton acabó la carrera, se desató por toda Inglaterra una epidemia de peste bubónica, tan furibunda y temible que una de las medidas que se tomaron fue cerrar la universidad, pues nada hay tan grato a una plaga como las concentraciones de gentes”. No sabes cuánto te lo agradezco, Agapito. A mandar, que para eso somos Villa los dos (bueno, a ti se te ha caído la V, pero eso no importa).
  A raíz de aquello, Newton se fue a su pueblo, Woolsthorpe, y allí se pasó dos años confinado: 1665-1666. Isaac que de ‘thorpe’ no tenía un pelo, en ese lapso “alumbró el más maravilloso producto del cerebro humano”: el cálculo infinitesimal, la teoría del color y la gravitación universal. Casi nada. Si yo hubiese dispuesto de dos años, como Newton, me habría dedicado a escribir “Cien Años de Soledad”, pero resulta que ya se le ocurrió años antes a un portento colombiano. Aquí justamente quería yo llegar.
   Coincidiendo con la lectura del gran Gabo, se hace público: “El castellano desaparece la enseñanza de la escuela infantil y primaria de Baleares”. Pues bien, por los mismos días, escucho de labios del genio: “Me cuesta trabajo imaginarme una lengua tan rica, tan bella, tan brillante como el castellano”. En sus manos, desde luego: lo suyo justifica por sí sólo el Descubrimiento. Bueno, y por Rubén Darío, y por Neruda, y por Juan Rulfo, y por Carlos Fuentes, y por Cortázar… y por J. L. Borges. Y por tantos genios cuya obra está esculpida en la lengua castellana (‘esculturas léxicas’ llama Roland Barthes a lo de estos señores). Deliberadamente, no se me ha ocurrido ni mentar a ninguno de los grandes ‘escultores’ españoles, tantos, para no darles argumentos a los que ya sabemos.
   Por si no fuese suficiente con lo anterior, acabo con las sencillas palabras de un hombre de talento excepcional, el mentado Borges, en cuyo cerebro convivieron a la par, desde los cuatro años, el inglés y el castellano: “Creo que me moriré en español”. 
  Pobres gobernantes, pobres niños baleares.
  







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