No veo yo mucho “Martes Chef”, o como se diga. Lo oigo más bien de reojo, por ver si la gran Ainhoa Arteta se arranca con alguno de los cantos que nos brindase aquella ‘noche en los jardines de Trujillo’. Mi relación con la cocina se limita a aquel lluvioso día, mi madre ausente y yo preadolescente, en que me dio por hacerme una tortilla francesa, que me gustaba mucho ver cómo crecía y se doraba el huevo recién batido. Qué decepción: aquello ni creció ni se doró: se fragmentó. Había puesto vinagre en lugar de aceite. Allí empezó y acabó mi carrera de ¡restaurador!
Es el caso que mientras, leyendo algo, espero a la bella Ainhoa, de vez en cuando “levanto la vista y me encuentro con ella”. ¿Con la puerta de Alcalá? No, qué va: con doña Celia Villalobos, la que fuera ministra de Sanidad. Si usted no se cree que, en tiempos de Aznar, la señora Villalobos fue ministra de Sanidad, es su problema. «Las amas de casa no tienen que hacer un caldo con huesos de vaca… Se puede hacer el caldo con huesos de cerdo». Ésa fue su brillante contribución al problema de salud pública que le tocó lidiar: la enfermedad de las vacas locas. Estaba claro que lo suyo era la cocina. A las pruebas me remito.
Llegados a este punto, me atrevo a preguntarle al señor Aznar: ¿qué razones había para nombrar ministra de Sanidad a la señora Villalobos? Mire usted (habla Josemari), es que su marido era Arriola, mi Iván Redondo. Ah, claro. ¿Y a usted no le dio vergüenza poner al frente de la Sanidad pública de España a una persona de semejante condición intelectual? Pregúntele a Zapatero por qué puso a Leire Pajín; o a Mariano por qué hizo lo propio con Ana Mato. Tienen ustedes un morro que se lo pisan. Los intereses del partido, por delante de los de la ciudadanía. Qué falta de consideración y de respeto. .
Lo cual que me imagino a doña Celia de ministra hoy, hablando del “toque de alarde” y del “estado de quema”, seguro, y me entran unos sudores tal que si tuviese una intensa hipoglucemia (bajada de azúcar en sangre). ¡Celia Villalobos y Fernando Simón juntos! Mismamente igual que si las compañeras de Simón hubiesen sido Leire o Ana, señor Zapatero, señor Rajoy.
Alguien dirá que el actual ministro no es ni siquiera representante de farmacia, que lo suyo es la filosofía. Bien, pero es que los licenciados en filosofía sirven para todo: sólo hay que ver la etimología de la palabra: amor a la sabiduría. Y mucho más si se le ponen unas gafas como las de superman. Y a su lado tienen un Simón, claro: “A lo sumo, en España, habrá uno o dos casos, como mucho”. ¡Toma clarividencia!
Y todavía habrá alguno que pensará que los políticos no se desviven por nosotros.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...