Cada año, por San Blas, mi madre nos colgaba del cuello un cordoncito para que nos protegiera de los males de la garganta. Mi hermano el chico estuvo a punto de morirse de una difteria: por no llevarlo. Es que, ya por entonces, había empezado a decaer la antigua costumbre. Con esos antecedentes, entenderán ustedes la sorpresa que me llevé, siglos más tarde, al escuchar lo del “cordón sanitario”, de labios de un actor argentino, Federico Luppi, empeñado en colocárselo a los del PP, no con afanes sanatorios, sino con intención muy distinta: aislarlos del resto del personal, políticamente, claro. Manda ‘güevos’ que hubiera de ser un extranjero el fautor de semejante propuesta. ¿Se imagina usted a Sacristán proponiendo lo propio para un partido argentino? Calla, mujer. Pues bien, el cordón sanitario ha vuelto. Esta vez se lo quieren poner a Santiago Abascal y a Ortega Lara, señores a los que yo no creo que les importase demasiado. Ambos tienen el cuello encallecido por los alambres de espino que en su día les colocasen los enfermeros de la eta: de hierro candente el de José Antonio: los quinientos días largos en el infierno de Joyce, muchos menos festivo que el del Dante.
En fin, que como lo del cascabel sanitario, perdón, lo del cordón, no parece que haya dado mucho resultado, y a sabiendas, asimismo, del poco éxito cosechado con las suspectas cartas-bala y la navajita esquizofrénica, el otro día se me ocurrió una idea para impedir la probable victoria de la insolente Ayuso. Fue releyendo al genial Neruda, comunista hasta las trancas, como es sabido. Sé que es un poco tarde. No obstante, nada más venirme la iluminación, le pedí a mi dilecto Tomás Martín Tamayo que la hiciera llegar, cuantos antes, a su admirado Iván Redondo, otrora “Consejero de Ocurrencias” de Monago, hoy cerebro de La Moncloa.
Veamos. Cuenta Neruda que “el gran poeta”, Vicente Huidobro, “egocéntrico impenitente”, autodefinido como el “Dios de la poesía”, publicó, París, 1919, una cosa titulada “Finis Britannia”, en la que pronosticaba el derrumbamiento inmediato del imperio británico. Comoquiera que la travesura no tuvo mucho eco, el poeta decidió desaparecer. “Diplomático chileno misteriosamente secuestrado”, dijeron los periódicos. Pocos días después aparecía tumbado a la puerta de su casa: <>. Y se desmayó de nuevo. El pastel se descubrió cuando la policía, al examinar un paquetito que llevaba bajo el brazo, se encontró con un pijama comprado tres días antes en una buena tienda del mismo París.
¿De qué ideología era el ‘secuestrado’?: “Sus poemas a la Revolución de Octubre y a la muerte de Lenin, son una contribución fundamental de Huidobro al despertar humano”. Toma ya. Dice, asimismo, Neruda que Vicente tenía comportamientos de “niño mimado”.
¿Qué candidato madrileño, que adora a Lenin y gasta coleta o moño fue criado como un niño mimado (por tres mujeres)? Espero que Iván ya se haya puesto manos a la obra. (Sin que se entere nadie, claro.)
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...