Lo leí una vez en Umbral, hablando de Salvador Pániker, y me quedé con la copla para siempre: "Prefiero la peripecia vital de un hombre a toda una filosofía". Julián Marías, mismamente: el hombre de más altos principios morales que me he echado a la cara. Fue el caso que, no ha muchos días, releyendo su autobiografía, me encuentro con algo que, en la era 'prepandémica', me pasó cuasi inadvertido: "He tenido muy pocas enfermedades en mi vida, salvo las de la infancia y la terrible gripe que se desató en 1919 y 1920... Sólo quedó en pie mi padre... Mi madre y mi hermano estuvieron gravísimos... Oía decir que el día anterior habían muerto quinientas o seiscientas personas...", pavorosas cifras si tenemos en cuenta que Madrid no pasaría por entonces del medio millón de habitantes.
No creo que sea necesario comentar que parece que estuviese hablando, tal cual, de la pandemia que venimos sufriendo desde hace año y medio. Con dos grandes diferencias. Una: que entonces, sobre una población mundial que apenas sobrepasaba los mil quinientos millones, murieron, según ciertas fuentes, cincuenta; al día de hoy, con cerca de ocho mil millones, los fallecidos, muchos, no llegan a cuatro millones. Y dos: en aquella pandemia, la televisión informaba del asunto un minuto diario, como mucho. Es más, yo creo que ni había televisión ni na.
Pues bien, si lo dicho por Marías sobre la 'gripe española' es como una crónica de nuestro tiempo, lo mismito sucede con lo que escribe sobre la situación política en la España de los primeros años treinta: "Pronto, el calificativo 'fascista' se fue extendiendo a los moderados de cualquier tipo,...y poco después vino a ser el equivalente de 'no marxista'..." Justamente la dialéctica resucitada en la reciente campaña electoral madrileña, por el joven que acaba de chapodarse la coleta, cuyas incendiarias soflamas antifascistas me provocaban una enorme desazón: me hacían revivir el ominoso final en que desembocaría, 1936, tamaña insensatez. (Lástima que no se enterasen de la triste profecía oral de Ortega, en charla con sus discípulos: "Preveo sucesos gravísimos en España".) ¿Que yo no había nacido cuando la guerra? Claro que no. Pero la 'vivo' en carnes propias cada vez que leo al maestro Marías (estuve preso con él en Santa Engracia, 134, hoy 140), "el hombre más injustamente represaliado por el franquismo", según el fascista Cela. Por si me faltaba algo, me basta recordar "La noche de los tiempos", de Muñoz Molina: el pánico al apagar el motor ese coche que se detiene en la madrugada madrileña.
A modo de remate, ahí va esa perla: "Se abría paso a la mentira y se perdía todo respeto a la verdad". Visionario, Marías. ¿No me explico cómo pudo conocer con un siglo de antelación a Pedro Sánchez? Sería cosa del mucho trato con Ortega, digo yo.
Dicho todo lo cual, como tengo derecho a defenderme -¿o no?-, desde este Sinaí de papel maldigo bíblicamente a todo político, con coleta o sin ella, que ose amargarme la vida con la repugnante dialéctica guerracivilista. He dicho.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...