Han leído bien. Desde estas páginas, pido con toda convicción un “Princesa de Asturias” para don Pablo Iglesias. Por una dignísima y elemental razón: “de bien nacidos es ser agradecidos”. Lo cual no es óbice para añadir algunas expresiones populares, pintiparadas para la ocasión: “con Dios vaya”; “es más la alegría que el sentimiento”; “a enemigo que huye, puente de plata”, y por ahí.
A más de uno le parecerá excesivo un premio de tan magno prestigio. Pero es que el favor que don Pablo ha hecho con su marcha a la convivencia nacional, no se lo pagaremos ni con todo el oro, la plata y la mirra que contenían las cuarenta maletas provenientes de Venezuela aquella madrugada, y que sólo Ábalos sabe dónde están. Y hablando de Venezuela: es que parece mentira que hayamos podido tener de vicepresidente a un señor cuyo afán era implantar en España un régimen en el que la contratación de sicarios (léase matones) para agredir policías, como en Vallecas, fuese algo consuetudinario, paso previo al éxodo a Francia y Portugal de varios millones de españoles hambrientos, amén de las cárceles repletas de disidentes: de aquéllos que no hubiesen sido tiroteados en plena calle, claro. Espero que ahora entiendan tanto agradecimiento. ¿Que estoy exagerando? Calla, mujer.
Pero no acaban ahí sus extraordinarios méritos. A don Pablo le debemos, asimismo (me incluyo porque tengo dos nietas madrileñas), el triunfo estelar de la bella Ayuso (paráfrasis de la bella Easo, aquellas magdalenas tan apetitosas). ¿Ustedes creen que el triunfo de Isabel hubiese sido tan abrumador de no haberle tenido el personal tantísima tirria al señor Iglesias? Vamos, anda. Los madrileños han votado a Isabel a dos manos, no sólo por sus buenos quehaceres, sino huyendo al mismo tiempo de la oratoria prebélica del joven conde de Galapagar. ¿Que no? “Demostración”, como dicen en la canción, “Semos diferentes”, que Santiago Segura canta con Sabina: ¿a que no saben cuántos madrileños socialistas han votado a Isabelita? ¡Cerca de cien mil!, Leguina y Redondo Terreros incluidos (nada me extrañaría que también Felipe González).
En resumidas cuentas, que a la huida del joven y violento conde le debemos que al menos Madrid se ‘aleje’ de Venezuela. Ojalá que sirviese también para que Venezuela principiase a parecerse a Madrid, aunque sea ‘despasito’.
Don Agapito: ¿y qué premio le vamos a dar al señor Iglesias, si el de la Concordia ya se lo tiene usted asignado a Rufián, el Churchill español, qué digo Churchill, el Metternich hispano? Tranquilos, que tengo la solución ya prevenida. Alfred Nobel creó en 1895 los premios de Física, Química, Medicina y Fisiología, Literatura y Paz. El de Economía no sería creado hasta 1968. Pues bien, siguiendo la estela de la Academia Sueca, propongo la creación de un nuevo premio “ad personam”. Helo aquí.
Por los meritos arriba enumerados, vengo en conceder el Premio “Princesa de Asturias” de la Discordia a don Pablo Iglesias Turrión, con distintivo rojo, claro.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...