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AUTOVÍA JUAN CARLOS I

“Don Juan Carlos ha venido/ todo el mundo sabe cómo ha sido”. Disculpen tan pedestre ripio, pero es que en este caso no podemos recurrir al “nadie sabe cómo ha sido” del buenazo de don Antonio: todo el mundo sabe que don Juan Carlos ha llegado en un avión de lujo, pagado por un amigo, por supuesto. De haber tenido que pagarlo de su bolsillo, seguro que no volvemos a verle el pelo: buenas se las gasta el señor con las cosas de los dineros. ¿Que no? A don Emérito le gusta más el dinero que a un chivo la leche. Lo escribiera, treinta años ha, su hoy amigo, Raúl del Pozo: “Al rey no lo van a echar a perder sus cientos de amantes, sino los trescientos mil millones de pesetas que se le calculan” (sic). Y la clavó (Raúl, claro). Es tal el vicio que ese hombre tiene por el dinero, que por dinero ha tirado por la borda el más grande prestigio que haya tenido un gobernante en siglos: habiendo recibido, intactos, todos los poderes de una dictadura, en cuatro días los entrega al pueblo español en forma de monarquía parlamentaria. Con un par de coronas: la suya y la de doña Sofía. Si la admiración interior era grande, la que despertaba por esos mundos de Dios, era inmensa, según cuentan dueñas. ¿Pasó algo cuando hubo que ir a buscarlo a toda prisa a Suiza, acompañando que estaba en un hospital a uno de los amores de su vida, para que firmase unos papeles cuando la muerte de Fernández Ordóñez? Nada: un semitupido velo y aquí paz y después gloria. ¿Pasó algo cuando el CNI de entonces tuvo que asaltar la vivienda de “una artista de piernas muy largas” (Manuel Vicent), algo íntima de don Juan Carlos? Nada, ni tupido velo ni sábana ni colcha ni na. En efecto, los problemas le llegarían por los dineros. Y de qué manera. Me explico: ‘jarto’ de millones provenientes de comisiones (“Había que hacerle una fortunita al rey”, dijera Felipe González), no se le ocurre otra idea que dejar de cumplir sus obligaciones con la hacienda pública. A qué grado llegaría la cosa, que malas lenguas dicen que su marcha nocturna a Abu Dabi fue una huida en toda regla: por miedo a que algún juez suelto le diera por aplicar ley, ya me entienden. Tenía, pues, razón Raúl del Pozo, pero no toda la razón. A don Juan Carlos le han perdido los dineros, y una mujer, Corinna, a la que va y le regala por la cara ¡65 millones!, cosa que no le perdonaré en la vida. ¡Con lo bien que nos habrían venido esa pila de billetes para hacer la autovía Cáceres-Badajoz! “Lo que sobre, p’al nuevo hospital de Cáceres”. “Muchas gracias, Señor”. Como contrapartida, le hubiésemos dado acogida en el formidable enclave en donde pasase sus últimos años su tocayo y emperador: Carlos I de España y V de Alemania.

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