El ministerio de Igualdad, que preside la doctora, perdón, la docta doña Irene Montero, quiere que la menstruación dolorosa sea causa de incapacidad laboral, lo cual me parece de perlas, expresión ésta, la de las perlas, que a pesar de su presunta ‘vulgaridad’, también la escribiese, carta a Francisco Umbral, el gran Miguel Delibes. Me parece de perlas, ya digo, pues que en no escaso número, el proceso provoca grande sufrimiento. Recuerdo como si fuera hoy el día en que el profesor de Medicina Legal comentase que el catedrático precedente había conseguido que el código penal incluyese como atenuante el llamado Síndrome de Tensión Premenstrual. Afortunadamente, los tiempos han cambiado. En la actualidad, la medicina cuenta con recursos para minimizar tan desagradable proceso: detrás de cada menstruación dolorosa hay una patología que, como tal, puede ser tratada. (Más difícil va a resultar conseguir que alguna religión -ah, las religiones y sus patológicas obsesiones-, dejen de considerar impura a la mujer menstruante.)
Pero yo no quería hablarles sólo del dolor menstrual, sino de un concepto novísimo y tangencial: la “pobreza menstrual” (en los libros de ginecología que estudié en Salamanca no venía: lo acabo de mirar). Uno estaba persuadido de que la naturaleza había dotado a la mujer de mecanismos fisiológicos suficientes para que la menstruación, la normal, sea lo que es: un proceso fisiológico que necesita de pocos aditamentos, o al menos así fuera durante milenios, ¿o no? Pues nada, apenas llegados al mando los nuevos salvadores, van y se inventan esa rara forma de pobreza. Y otras.
La “pobreza energética”, un suponer. La primera vez que la escuché, de inmediato se me vino a la cabeza lo tantas veces oído en la consulta: “Estoy sin energía ninguna”. Pues no señor. Pobreza energética era con la que yo me crié: una sola bombilla en el centro del zaguán, que se encendía y se apagaba a la misma hora que el alumbrado de la calle. (Veinte pesetas pagábamos al mes.)
Y por último la “pobreza infantil”, una forma de pobreza que uno la creyera siempre ligada a la pobreza de los padres. Por ejemplo: “¡Ya viene mi padre con el pan!, ¡ya viene mi padre con el pan!”, repetía exultante mi amigo Jacinto, al ver a lo lejos a su padre, jornalero con burro, jugando que estábamos en la calle. Pues ahora resulta que existen niños pobres que van por su cuenta. Vamos, que son pobres porque sí, aunque sus padres sean ricos, los muy sinvergüenzas (los padres). Ése era el concepto de pobreza infantil que siempre tuve, ya digo: niños de padres pobres tirando a famélicos, por escasez de comida, claro. Pues nada, hoy todo es al revés. Cada vez que sacan a relucir la pobreza infantil, se publica un informe en el que se dice que España es una de los países de Europa con mayor índice de niños obesos. Toma ya.
Señoras y señores salvadores: ¿para cuándo la pobreza defecatoria?
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...