El otro día se celebró, con menos gloria que pena, el “Día de la Atención Primaria”. Mismamente, tal que anda la especialidad por estos días, que, por unas causas u otras, no acaba de levantar cabeza. Incluyo, claro es, a los médicos de cabecera de los niños: la pediatría ambulatoria. Dicen los que saben del asunto que, después de la pandemia, ninguna de las dos disciplinas ha vuelto a recuperar el resuello, lo cual me parece una verdadera lástima, pues que se trata de dos formas de asistencia de las más trascendentales que existen: desde todos los puntos de vista. Un médico de cabecera bien formado (hoy lo están todos, gracias al sistema MIR) es un tesoro impagable. A ver quién es el guapo que se atreve a demostrarme lo contrario.
Y hablando de tesoros impagables. Cuando yo sea ministro de la cosa, a poco tardar (si Irene, que fuera cajera antes que ‘fraila’, lo es; por qué no voy a serlo yo, dependiente que fui de un comercio), les decía que cuando yo mande, potenciaré la Atención Primaria hasta límites jamás logrados, empezando por el jornal: los mejor pagados. Un médico de familia es capaz de resolver, u orientar, que no es poco, el 90% de los problemas que se le presentan. Como mínimo. No lo digo yo, lo decía un eximio, brillantísimo, extraordinario maestro que tuvimos en Salamanca, de nombre don Sisinio: “Una buena historia clínica es el 90% del diagnóstico”. ¿Se necesita mucho material para hacer una buena historia clínica? Calla, mujer. He ahí el quid del asunto.
Abundando en la cuestión, les recuerdo lo que me dijera una vez un prestigioso internista: “Si volviera a empezar, me haría médico de cabecera. No sé qué darle a mi madre cuando me consulta. Y no es cosa de ingresarla cada vez”. Eso para empezar. Luego viene lo de El Escorial, Cursos de Verano. Comoquiera que un profesor, vallisoletano, minusvalorase los conocimientos farmacológicos del médico de cabecera, me levanté como una pantera (me gusta el pareado) y monté el pollo. Cómo sería la cosa, que se vio obligado a intervenir el profesor Schüller, rector a la sazón de la Complutense, el cual con los dos metros que su apellido indican, espetó: “Siempre he dicho que ser médico de cabecera es ser dos veces médico”. Roma locuta, causa finita.
Faltaba, empero, un tercer testimonio. Nada más poner los pies en la consulta de un célebre doctor, al presentarme como colega de Atención Primaria, me saludó de esta manera: “Qué gran importancia tenéis los médicos de cabecera”. De una pieza me quedé.
He ahí tres elocuentes testimonios que vienen a darme la razón, testimonios que no abundan, por desgracia. El personal mayoritario está cegado por el resplandor de las superespecialidades, tan milagrosas, por otra parte. Pero de toda la vida se ha dicho que la casa hay que empezarla por los cimientos. Y para eso nada mejor que la doble cimentación del doctor Schüller: “Médico de cabecera, dos veces médico”. Casi nada.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...