Lo último. Lo último que recibí la noche del jueves fueron las bellas imágenes de una procesión en la imponente plaza mayor de Trujillo, luna llena y equinoccial presente, desde el Concilio de Nicea, año 235. ¿Qué música sonaba de fondo? La Saeta. (A propósito: me cuenta su consuegro extremeño, mi dilecto amigo, que cuando Alan García, presidente que fuera del Perú, visitase la majestuosa plaza trujillana, se hincó de rodillas llorando).
Lo primero. Lo primero que recibo la mañana del viernes fue una filmación en la que participan tres genios: Machado, Serrat y Rocío, interpretando, a su prodigioso modo, la Saeta.
Tiempo ha escribí en estas páginas que John Lennon no es un genio, que también, porque firmase junto a McCartney un centón de canciones que forman parte del acervo mundial. Lennon es un genio, sobretodo, porque fue capaz de meter en una canción la cultura de media humanidad: Merry Christmas, el más bello villancico jamás compuesto. Serrat y la Saeta, mismamente.
Serrat es un genio no sólo porque haya compuesto un ramillete de canciones para la eternidad, no. Serrat es un genio porque, sobre versos de un sabio (Machado), ha metido en una canción el alma de todo un pueblo: la Saeta, ya digo. Lo que comenzase, 1969, como “una canción más de Serrat”, se ha convertido con los siglos en un referente de la Semana Santa, pues que es interpretada en todos los rincones, por bandas grandes y pequeñas, a capela a veces, en múltiples y variadas versiones, en las cuales subyace siempre la mano del genio. Si no fuera tan fea la palabra mostrenco, la usaría para decir que los pensamientos, la música también, son mostrencos, es decir, están en el viento, que dijera Dylan, no son de nadie, que es lo que significa el horrendo palabro. Lo que ha hecho Serrat es apropiarse de una música sin dueño y con ella ha ungido los versos de don Antonio (¿por qué le ponemos el don a Machado, a Unamuno también, y a los demás no?), con el grandioso resultado conocido.
Y aquí me veo obligado a tomar otra vía, recurrente ya. Quosque tandem Catilina abutere patientia nostra. ¿Hasta cuando piensan esperar los señores del Princesa de Asturias para concederle el premio a nuestro hombre? Uno puede ‘entender’ que a Borges no le concedieran el Nobel por su connivencia con la sangrienta dictadura argentina; pero van y se lo conceden al mayor prosélito de uno de los tíos más crueles de la historia, el canalla de Stalin: Pablo Neruda. Pues bien, como presupongo que en lo Asturias los criterios son los estrictamente artísticos, no acabo de entender lo que se está haciendo con Serrat. Y con el otro, un tal Sabina, cuyas canciones ‘mejicanas’, los mariachis las consideran de su país, de toda la vida, dándole así la razón a don Antonio: “Hasta que el pueblo las canta/ las coplas, coplas no son/ y cuando las canta el pueblo/ ya nadie sabe el autor.”
Quién me presta una escalera. En fin.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...