La buenos aficionados al cine, perdón, los aficionados al buen cine ya habrán averiguado que el título es una de las frases míticas de una película mítica, vamos, lo que los modernos llaman una película de culto: “Amanece que no es poco”, claro. Por cierto, entre los críticos de cine también los hay cretinos (me gusta la aliteración: crítico/cretino): al principio, más de uno calificó la cinta como corriente: que el Señor les conserve la vista. La pregunta se la hace el genial Saza, “¡viva el cabo santo!”, a un estudiante americano, el no menos genial Gabino Diego. La respuesta es del mismo cabo: “Revueltilla, eh”. Así anda hoy la política en España: revueltilla. Revuelta, lo que se dice revuelta, era cuando la eta mataba todas las semanas, los muy canallas. Y supimos aguantar el chaparrón.
A lo que vamos. No seré yo, válgame el firmamento (es que soy un apasionado de la astrofísica), el que arroje una simple tarama al fuego. Ni tan siquiera a la incomprensible y absurda hoguera idiomática de los pinganillos. Por contra, aunque tarde, ay, intentaré hacer reflexionar al personal con una de las obras de misericordia, sí, aquéllas que venían en el catecismo escolar, de tan grato recuerdo: “Enseñar al que no sabe.” Va por ustedes, Señorías.
¿Se imaginan ustedes, señoras y señores parlamentarios, algo parecido a lo de los pinganillos españoles, en las cámaras de los EEUU, país en el que se hablan casi todos los idiomas del orbe? Calla, loco. Ni tan siquiera usan el español, teniendo como tienen sesenta millones de hispanohablantes. En efecto, todas las intervenciones se hacen en inglés, el idioma ‘más’ oficial por ser el que conoce toda la población, o casi. Alguien pensará que en dicho país se habla dicho idioma como consecuencia de la presión demográfica primigenia. Pues de eso ni ‘parler’. Se habla inglés por una decisión política. Voy con ello.
Cuando los EEUU estaban en ciernes, o sea, a medio hacer, integrado por inmigrantes ingleses, irlandeses, hispanos, griegos, italianos, franceses, holandeses, escoceses, galeses, suecos, chinos y por ahí seguido, como no tuvieran un idioma en el que entenderse, reunidos a tal efecto los hombres más influyentes, decidieron que el idioma común sería el inglés. Por esta simple razón: porque Inglaterra era la primera potencia del mundo, y eso aportaba muchas ventajas. Por lo visto, el griego anduvo entre los posibles, no sólo por la influencia de la numerosa minoría helena, sino por el prestigio histórico de la cultura griega.
Qué les ha parecido, Señorías. ¿Que no tenían ni barruntos? Sí, ya sé que ustedes están en otras guerras, pero no hubiese estado nada mal que, antes de aprobar lo de los babélicos pinganillos, nos hubiesen hecho una consulta, bien al profesor César Vidal, bien a este humilde particular. De ese modo, entre todos habríamos conseguido que la cosa anduviera un poquito menos revueltilla en nuestro país. (No se lo digan a nadie: yo lo aprendí del profesor Vidal.)
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...