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LA MIEL Y LOS ASNOS

Jueves, 6 de los corrientes: XXXVI entrega de los premios Extremeños de HOY (enhorabuena a los galardonados), Museo Romano de Mérida, inmarcesible joya arquitectónica: el día de su inauguración, cuatro décadas pronto, el presidente de la República Italiana, Francesco Cossiga, no pudo reprimir unas lágrimas de emoción ante tal magnificencia. La ceremonia fue llevada con notable alacridad por una periodista de la casa, agilidad de la que se contagiaron los premiados, cuyas intervenciones fueron breves y agradables. Hasta que llegó la hora de las autoridades. ¿Cuándo se darán cuenta estos personajes de que ellos no son siempre las figuras estelares? La cosa no llegó, gracias sean dadas al Altísimo, a lo de Monago, aquella noche de Plasencia, que a las tres de la madrugada no había parado de hablar, todo el mundo roncando en sus asientos. En esta ocasión, los intervinientes fueron más moderaditos, pero no perdieron la ocasión de erigirse en protagonistas del acto, para arrimar, ya de camino, el ascua a sus respectivas sardinas (sutil doña Guardiola; claramente ‘sanchificado´el alcalde de Mérida), cuando lo que correspondía era encomiar y elogiar la trayectoria de los premiados, exclusivamente, he dicho exclusivamente, ¿se han enterado ustedes? Pues mira tú por donde, cuando iba camino de Mérida, me acordé de dos cosas que me indignaron sobremanera, hasta la blasfemia más encendida (sé que es muy feo blasfemar, pero dicen que es bueno para el corazón). Voy. Ingeniería Romana. Se trata de una serie de magníficos documentales en los que se da un intenso repaso a los incontables rectos arquitectónicos del vastísimo imperio. Una cosa sobresale sobremanera: el primordial afán de los romanos por asegurar el suministro de abundante agua potable a las ciudades, aunque para ello hubiesen de traerla desde remotas montañas, lo que les lleva a realizar impresionantes obras, por los cielos, por los suelos y por los subsuelos. ¿Saben ustedes cuál es la única gran ciudad del imperio de la que no se dice ni una palabra? No me obliguen a escribirlo, porque me pierdo por la boca. De haber sido yo alcalde, consejero o presidente de algo, le habría montado tal pollo al responsable, que seguro que no se le olvidaría Augusta Emerita en el resto de sus días. Es que, a fue de incomprensible, resulta vergonzoso, afrentoso, humillante. Lo de Sabina: “Hemos cantado en miles de recintos. Hemos llenado grandes estadios, plazas de toros, celebres teatros, pero ningún lugar de la grandeza de éste” (cito de memoria). Esas palabras las pronunció un entusiasmado Sabina aquel día de septiembre que actuase en el incomparable teatro emeritense. (No hay artista que no diga lo mismo de dicho lugar, claro.) Trece años estuvo León de Aranoa filmando a Joaquín por todo el mundo. ¿Querrán ustedes creer que falta la noche de Mérida? Pa matarlo (a Aranoa). Ya no puedo más: desde estas páginas, lleno de ira solemne, imparto mi maldición apostólica a los responsables de la “Ingeniería Romana” y al citado director de cine. Moriros. (Parece que no está hecha la miel para la boca de ciertos asnos.)

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