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DON MARIO

Varias docenas de escritos como éste, por lo menos, se necesitarían para hacer una semblanza aproximada de Mario Vargas Llosa, el hombre al que todo le salió bien, incluso su derrota en las elecciones a la presidencia de su país. No sabía él dónde se metía: todos los presidentes de Perú acaban desfilando por la cárcel. Estoy seguro de que, dada la encarnadura ética del personaje, Sendero Luminoso se lo habría comido por los pies. Semejante hatajo de abducidos/enloquecidos criminales (más de 30.000 asesinatos en dos décadas) necesitaban enfrente a un Fujimori, es decir, un tío al que no se le pusiera nada por delante, no un Vargas. Salvo su relación, escasa, tormentosa, con su padre, le salió todo tan a pedir de boca a don Mario, que nadie ha podido decir de él lo que un mediocre escritor (no da el nombre M. Vicent) dijera del brillante y elegante Premio Cervantes argentino, Adolfo Bioy Casares, cuando un autobús mató a su hija única en las calles de Buenos Aires: “Ya iba siendo hora de que le saliera algo mal a ese triunfador”. En efecto, don Mario fue un triunfador en todo lo que hizo, e hizo de todo (incluso bailar folclore peruano en Cáceres), en tan solo 89 años, los más densos e intensos jamás vividos por mortal alguno. Don Mario es muy famoso por ser un escritor excepcional, claro es: eso, cualquiera que lea algo lo sabe. Pero es que, por si le faltaba algo, el personal mayoritario lo conoce por haber sido ‘el pareja’ de Isabel Preysler, que le dio tiempo de to al buen señor: de casarse con su tía, luego con su prima y emparejarse al final con la célebre viuda doble. Para ‘lo demás’, que no es poco, recurro a Umbral: “Vargas Llosa: “gusta mucho a las mujeres”. De su obra, inmensa, pletórica de galardones, no me toca hablar, ya digo: para eso hay miles de personas repartidas por todo el orbe, más autorizadas que yo, por supuesto. Pero sí quisiera hacer hincapié en sus grandes dotes intelectivas, que no intelectuales (de éstas también andaba sobrado nuestro hombre): las segundas no pueden existir sin las primeras, claro, que no se conoce ningún homo sapiens que haya escrito ni una triste carta. A lo que vamos. Sólo una persona de grandísimo intelecto es capaz de hacer lo que hiciera don Mario, ya octogenario, en la universidad de Monterrey: sentado al borde de un sofá, hablar de modo inacabable, sin un cacho de papel, sin un titubeo, sin una duda, de un hombre que es, él solito, el compendio de la cultura francesa, casi nada: de Víctor Hugo hablo, personaje singular que, tal que ya se dijo aquí, cuando niño, viviera algún tiempo en ‘Badajos’ (don Mario dixit). En fin, que a tan grande escritor yo se lo perdono todo: que fuese tan guapo, tan alto, tan inteligente, tan todo. Hay empero una cosa que no le ‘perdonaré’ jamás: su ‘amistad’ con Aitana Sánchez-Gijón. Eso ya es demasiado, don Mario.

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