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L A LUNA Y LA LLUVIA

LA LUNA Y LA LLUVIA Aprovechando el momento: “Muere el papa, muere el rey, muere el duque y hasta el prior de Guadalupe”. A este particular le sucede lo mismo que a cierto personaje de “Crónica de una muerte anunciada”, que vivía fascinado por los fastos de la Iglesia. Y para eso, nada más fastuoso que los funerales papales, los de Francisco, ayer, muerto casi a la misma edad que Vargas Llosa, que tampoco habría sido un mal pontífice, pues que dotes no le faltaban. Por contra, soy incapaz de ver al difunto como ‘pareja’ de Isabel Preysler, desde la laicidad, claro, aunque, dada la trayectoria de la señora, no descarto verla casada con un alto dignatario perteneciente a una de esas religiones (no verdaderas) en las que no es obligado el celibato, vergüenza les podía dar. En fin, que puestos a imaginar, como no me resulta nada difícil imaginarme al papa argentino es de presidente de su país: le gustaba más la política que a un tonto una tiza. Y por ultimo, no hay nadie que tenga las ‘medidas’ más adecuadas para el pontificado que Florentino Pérez: pónganle los atuendos del finado y verán cómo queda que ni pintado. Yo no soy quién para meterme en camisas de once varas, pero no quiero dejar de pasar la ocasión de comentar que, en aquella entrevista que le hiciese a Francisco, Jordi Évole, de los Évole de Garrovillas de toda la vida, les decía que en aquella larga conversación hubo una cosa que me llamó mucho la atención, o sea, poderosamente: siendo, según el dogma, el representante de Cristo en la Tierra, no pronunció ni una sola vez el nombre de su Representado, ni referencia a Él siquiera. No me digan que no es sorprendente. Un papa atípico de cualquier manera. Fíjense hasta qué punto, que Javier Cercas, el buen escritor nacido extremeño, que viajó con el recién desaparecido pontífice a Mongolia en 2023, y luego de haber tenido acceso a los rincones más recónditos del Vaticano para escribir una novela sobre el papa Francisco, “El loco De Dios en el fin del mundo”, afirmó nada más morirse (el papa): “El cristianismo que hemos vivido es una perversión; Francisco comenzó una revolución”. Ahí quería yo llegar. Es que una auténtica revolución sería lo que voy a proponer, justo recién finiquitada la semana por antonomasia, la Semana Santa. Como todo el mundo sabe, las fechas de dicha Semana son cambiantes, desde el Primer Concilio de Nicea: “El domingo de Resurrección debe celebrarse el primer domingo después de la primera luna llena posterior al equinoccio de primavera”. Es de suponer que los asistentes a aquel evento querían asegurarse de que “la oración de huerto” siempre tendría lugar bajo una luna casi llena. Pues bien, dado el auge, la potencia, la extraordinaria importancia, “in crescedo”, del ‘ritual’ de tan señalada Semana, aquí viene mi propuesta: que sea la Aemet, la agencia del tiempo, la que ponga las fechas. ¿Por qué tiene que pesar más la luna que la lluvia?

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