Cuenta la leyenda que cierto mozo intentó ligarse a la señora del emperador, hay que tener valor. Pues bien, a pesar de que el muchacho sería absuelto, César se divorció de Pompeya: “Mi mujer tiene que estar fuera de toda sospecha”. De ahí viene el célebre dicho: “La mujer del César, además de honrada, tiene que parecerlo”.
Ya sé que todo el mundo está pensando en Pedro y Sánchez y en mi ‘prima’ Begoña (nosotros los Gómez es que somos muchos y, claro es, tenemos de to), a la que sospechas no le faltan, que raro es el día que no le aparece alguna: por haberse juntado con los Hidalgos, Aldamas, Ábalos, y Koldos, con sus furgonetas cargadas de izas, rabizas y colipoterras. Vamos, lo mejorcito de cada casa. De haberse parecido al otro, nuestro ‘César’ llevaría divorciado varios trienios, si no estuviera tan enamorado, claro (¡lo dijo él mismo!).
Pues no señor, no van por ahí los tiros, sino por otra mujer cuyo cargo exigía no sólo ser honrada: la directora del CNIO.
Dice el periódico: “Del Ártico a Mozambique: los viajes en que la directora del CNIO se llevaba a su pareja y a artistas”. Para los no iniciados diré que CNIO son las siglas del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, que es la manera eufemística para no pronunciar las palabras mayores: investigación del cáncer, ay. En efecto, ésas son palabras mayores, y con eso, ni una bromita, doña María.
Doña María Blasco aparece por primera vez en los medios en relación con su afición a gastar miles de euros del CNIO en obras de arte. ¿Obras de arte en un centro dedicado a la investigación del cáncer? Pa matarla. Al final, doña María fue destituida de su cargo. Una verdadera lástima. Por dos razones: una, por haberse gastado los dineros en pinturas y otras fruslerías (en dicha institución, todo dinero detraído de la investigación raya en lo criminal); y dos, por tratarse de una mujer que atesora un currículum brillantísimo, constelado de premios muy prestigiosos, que ya los hubiese querido Pedro para su Begoña. Así no habría necesitado atropellar las normas con el fin de hacerla profesora de la universidad, desde un respetable bachillerato, gracias a la cobarde connivencia de las autoridades universitarias. Hay que joderse. Entre nosotros: desde el recuerdo de las aulas salmantinas, siento una infinita vergüenza por el proceder de la universidad en este asunto. Más que a Pedro y a Begoña, yo le metería el puro a los que consintieron semejante dislate, a los cuales envío desde aquí mi más absoluto desprecio. El mismo que siento por doña María Blasco.
Llegados a este punto, uno se pregunta el porqué una investigadora de categoría superior ha podido ‘desviarse’ de semejante manera. Y no me salen las cuentas. Entendería que, con la edad, se le haya secado el ‘celebro’ investigador (le pasó a Einstein), pero lo de gastarse los dineros del cáncer en pinturas y en viajes, tiene que venir en los libros de psiquiatría. Por fuerza.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...