Días previos a la fumarola blanca, lo dijo Juan José Millás, ocurrente escritor: “El nuevo Papa nos dará unas horas de mucha teatralidad, luego volveremos a lo de siempre”. O sea, como toda la vida de Dios. ¿O no? Salvo para los que ‘trabajan en la empresa’, claro. Todos mis respetos, muchos, para ellos y para la empresa, la mejor que ha dado la historia, a la que le perdono su enfermiza obsesión por las cosas de la entrepiernas, de los adultos, claro; como si no hubiese habido otros pecados más jóvenes y graves, ay.
Dentro de unos días, ya digo, León XIV desaparecerá del primer plano (como la dana, como el apagón, como la guerra de Ucrania, como la de Gaza, como la…) y su figura quedará de fondo en nuestras vidas, que ojalá no fuese así, y sus influencias sirvieran para arreglar, o mitigar al menos, las tragedias más gordas que tanto sufrimiento cotidiano dejan a su paso, producto de la insensatez inherente a la condición humana, consecuencia a su vez de la coexistencia en el mismo recipiente óseo de tres potentes ordenadores, dos de las cuales compartimos con los animales más violentos (lucha por la existencia, en el lenguaje evolutivo): el paleoencéfalo, el mesencéfalo y el telencéfalo (el nuestro). Lo dijo en su día Manuel Vicent, sin tener ni idea de neurología, que eso sí que tiene mérito: “El hombre es un ser a medio cocer”. A pesar de lo cual, nuestra especie es capaz de las conductas más heroicas: ser misionero en el Amazonas, un suponer. A propósito, y hablando de la insensatez: cuánto me gustaría que tuviese mucho éxito la terapia que acaba de salir al mercado, fruto del trabajo del profesor José Antonio Marina: “Vacuna contra la insensatez”, que a juzgar por la gran cordura que destila el autor, nada me extrañaría que se hubiese usado él mismo de conejillo de Indias.
Alguien dirá que qué hago yo hablando de las cosas de la Iglesia, si no pertenezco a la ‘empresa’. No pertenezco de hecho, pero sí de derecho. Según el dogma, mientras yo no apostate (del verbo apostatar), sigo siendo cristiano, por el bautismo. O sea, que un respeto a los mandamientos.
¿Que adónde quiero ir a parar? Al cometido, muy secundario, de la mujer en la Iglesia. Sé que la cosa caerá como fruta madura; mientras tanto, me parecería un error que a estas alturas de la champion’s, con el Barça eliminado del modo más cruel, el nuevo Papa siguiese la línea de su predecesor (los ignaros dicen antecesor), en lo que a la función eclesiástica de la mujer respecta.
No quiero despedirme sin decir que este Papa tiene muy buena pinta. Ha sido misionero en el Amazonas, con eso basta. Y es peruano, o sea, español, además de norteamericano. Y matemático, que bien le vendrá a la hora de negociar. Que ya lo dijo Leibniz: “El arte es la más alta expresión de una matemática racional e inconsciente”. Negociar es un arte, racional.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...