“Señoras y señores: los pasajeros del vuelo E9770 con destino a Badajoz pueden embarcar por la puerta 3”, dijo una voz femenina en un correcto español, impregnado de la prosodia búlgara. Nos encontrábamos en el aeropuerto de Burgas, lugar en donde habíamos aterrizado una semana antes, en vuelo directo desde Talavera la Real, primer motivo de asombro: ¡Badajoz-Bulgaria! Uno sabía, claro es, que el viaje de vuelta sería a la inversa. A pesar de lo cual no dejé de sorprenderme cuando escuché a la señorita dar el aviso por los altoparlantes, que así dicen nuestros hermanos de Hispanoamérica. ¡Con destino a Badajoz! Si no lo veo, no lo creo.
El viaje, precioso, gracias. La mitad de la belleza del paisaje la pone el que mira, pero yo no me conformo con esa cantidad: saco pan de cualquier piedra. Me gusta más conocer otras tierras, otras culturas, otras formas de vida, que a un tonto una tiza. (El evento viajero es de los auspiciados por la Junta de Extremadura, pero no lo voy a referir. No quiero que nadie piense que estoy haciendo propaganda a la señora Guardiola, que hay gente ‘mu’ mala.)
Lo cual que, luego de un plácido vuelo de cuatro horas escasas, los 160 pasajeros aterrizábamos en la base aérea pacense, que nos recibe con una ‘cálida’ bienvenida. Apenas recogidos los enseres, un autobús nos devuelve a Cáceres, previa escala en Mérida, para dejar a los viajeros de dicha ciudad.
Y aquí viene el contraste. De no haber sido por los amigos emeritenses, es seguro que el viaje a Cáceres lo hubiésemos hecho por la carretera convencional (como hacen a diario los autobuses de línea), sí hombre, la carretera medieval que une ambas capitales regionales, la carretera con peor suerte que hay en España: la que va desde el exabrupto de Ibarra, “¡que se vayan por Mérida!”, hasta el “déjala de mi cuenta, Guillermo”, que le dijera Ábalos a Vara (a mejorarse, amigo), cuando el experto en Jéssicas fuese ministro de Fomento, qué cambios da la vida.
Aterricemos de nuevo. Más de uno recordará que, en las cuatro décadas largas que llevo escribiendo en este periódico, han sido cientos, miles, las veces que he impetrado la conversión en autovía de la carretera en discordia. Comoquiera que uno nunca vio el más mínimo movimiento al respecto en la ciudadanía, ¡ni en la Administración!, llegué a pensar que lo mío era un trastorno obsesivo. Pues no. Mira tú por donde, la otra noche, en la presentación de “Los grandes proyectos de desarrollo de Extremadura”, uno de los ponentes, brillante ingeniero industrial -¡ingenieros al poder, ya!- dijo algo que me dejó patitieso (esa palabra, tan nuestra, me la he encontrado en Vargas Llosa): hace cinco décadas, hubo un grupo de ciudadanos, mayormente de Badajoz, que hablaron ilusionados de la transformación en autovía de la malhadada carretera: “La calle mayor”, o algo así, le llamaban. Sí, sé que han empezado ya las obras. Con medio siglo de retraso; ineptos, que sois unos ineptos.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...