Pasado
mañana, a las doce en punto de la noche, despediremos un año, y un instante después,
estrenaremos uno nuevo. Y la Tierra, que es la madre del cordero, sin enterarse
de la misa la media. ¿Por qué digo esto? Hombre, está muy claro. ¿Qué es un
año? Un año, lo saben muy bien los niños, es el tiempo que pasa entre los
regalos de un cumple y los del cumple siguiente. Aniversarios infantiles aparte,
un año, como es sabido, es una medida astronómica: el tiempo que la Tierra
tarda en completar una vuelta alrededor del Sol, a la módica velocidad de
108.000 km por hora, con lo que dónde coños estaremos cuando acabe de escribir
esta columna. (Si a eso le añadimos que el Sol se está moviendo a una velocidad
infernal, en derredor del centro de la galaxia, la Vía Láctea, y que nuestra
galaxia se aleja como un rayo de las galaxias vecinas, ya tenemos el lío
montado. Ah, se me olvidaba decir que la Tierra también gira sobre sí misma. Con
todo ese jaleo de movimientos, no me extraña nada que haya tanta gente con
mareos.) La Tierra no se entera de la misa la media, he dicho antes. Pues
claro. ¿Ustedes creen que después de 4.540 millones de años, que es lo que lleva
dando vueltas alrededor del Sol, no habrá perdido ya la cuenta? Seguro. Una
cuenta semejante no hay quien la lleve durante tanto tiempo.
El año. Lo
que yo quería decirles es me da como la sensación de que un concepto tan
abrumadoramente presente en nuestras vidas (a todas horas, en cualquier
pensamiento, en cualquier conversación, en cualquier documento,...en la lápida,
ay), se nos ha ido de las manos. Quiérese decir que raramente pensamos que es
la consecuencia de la relación entre dos astros, el que pisamos y el que nos da
la vida. El Sol nos da la vida, sí. ¿Usted piensa a menudo que sin el Sol no
seríamos nadie? ¿De verdad? ¿Y cómo se lo pagamos? Con la ignorancia. Al menos
los antiguos le rendían culto, los pobres; claro que entonces no habían nacido
los dioses modernos y violentos: los de las guerras, las venganzas y los
castigos. No sé qué habría fumado “aquel rey de Tebas que vio dos soles”, según
Borges, pero a nosotros con uno nos sobra y nos basta. Por otra parte, poca
gente se para a pensar en la suerte que tenemos de que un año dure 365 días. Si
viviéramos en Marte, un año duraría 687 días de los nuestros, 668 de los suyos,
o sea, una eternidad, con lo que, o bien tendríamos meses de cincuenta y tantos
días, qué horror, o bien tendríamos años de más de veinte meses, más horror.
Y hablando de Marte, no me digan que nuestras
noches no serían más alegres con dos lunas, como tiene nuestro planeta vecino.
Qué tiene Marte que no tenga la Tierra. Las sesenta y tres lunas de Júpiter hubieran
sido demasiadas. Pero cuatro no habría estado nada mal, tal que las imaginase
Lorca y que de modo tan impresionante canta esa voz salida directamente de las
entrañas de la tierra, la del Camarón: “Noche de cuatro lunas/y un solo
árbol/con una sola sombra/y un solo pájaro”.
Feliz Vuelta
Nueva (alrededor del Sol).