19-2-12
Yo no sé si la
reforma laboral en ciernes es tan buena como dice el gobierno o tan mala como
dicen los sindicatos, pero lo que está claro es que algo habrá que hacer. Todo
menos quedarse cruzado de brazos. Y digo yo que lo que haya que hacer ha de ser
por fuerza distinto, opuesto más bien, a lo que hiciera Zapatero, aquel
presidente que hubo, cuya herencia laboral no puede ser más ominosa: cinco
millones largos de parados, que tienen una cosa en común: ninguno era
funcionario. “De los cinco millones de parados, ninguno era funcionario”, me
dijo un amigo, y a pesar de la evidencia, me quedé ‘ojiplático’. En efecto, es
una obviedad, pero es así. Los funcionarios, entre los que me incluyo (por lo
visto, soy estatutario), tenemos un chollo impresionante, que algunos no saben
valorar, ¡un jornal fijo de por vida!, pues que ya se sabe que para echar a un
funcionario es menester que haya sodomizado al jefe y violado a su suegra (la
del jefe). De no darse esas condiciones, es imposible desprenderse del
susodicho. El que un funcionario sea más vago que la chaqueta de un guarda, no
cuenta para ponerlo de patitas en la calle, cosa que sucedería en la empresa
privada, a las primeras de cambio. Mira a tu alrededor.
Que nadie
piense que estoy queriendo decir que los funcionarios somos todos unos mangutas.
Ni mucho menos. Hay mucho funcionario probo, cumplidor y trabajador. Faltaría
más. Pero como te digo una ‘co’ te digo la ‘o’ (loor a Sabina): los
funcionarios propiciamos un absentismo laboral varias veces superior al resto
de los trabajadores. ¿Que por qué? Muy sencillo: porque no hay quien nos ponga
el dedo en la nariz. En las bajas por enfermedad, sin ir más lejos. Como médico
de familia que soy (no hacemos otra cosa que dar bajas), en el apartado donde
dice “nombre de la empresa”, rara es la vez que no tengo que poner la misma
canción: Consejería de Tal. Lo que yo te diga a ti. Claro que alguien dirá que eso
es natural, pues que, en Extremadura, los trabajadores de la empresa privada
son más bien escasos, ay. Y no le faltaría razón. Por lo visto, uno de cada
tres trabajadores extremeños cobramos del erario público. Horror. Pues bien, poco
me equivoco si digo que dos de cada tres bajas por enfermedad son del sector
público. Qué me dicen a eso. ¿Que se nos debería caer la cara de vergüenza? A
mí no me miren, que yo ya tuve mis amenazas: el marido de una ‘enferma’ que no
quería trabajar, que me amenazó con tirarme por la ventana; y mis enemistades: cada
vez que he insinuado que la baja en cuestión me parecía improcedente, por no
decir inmoral.
“Dame el alta,
que cada día que no trabajo, pierdo mil duros”, me dijo, veinte años hará, uno
de la renfe, con un cólico nefrítico en todo lo alto. Por lo visto, en teniendo
la renfe un absentismo brutal, acordaron lo siguiente: en lugar de sueldos
altos y bajos incentivos, lo contrario: sueldos más bajos y altos incentivos.
Y, según parece, así se acabó lo que (no) se daba.
Habrá que
hacer algo, vamos digo yo. ¿O no?