12-2-12
Arrecia Garzón, arrecia Ibarra, arrecia
Urdangarín. Pero arrecian sobre todo las bajas temperaturas; no tanto como
cuando éramos niños, que se helaba la charca de mi pueblo, momentos que aprovechábamos,
mañanas soleadas y feriadas, para lanzar, rasantes, las piedras más planas
(volanderas las llamábamos), que se deslizaban alegres y saltarinas por el cristal.
El caso es que, llevamos unos días en que, en la información meteorológica,
abundan las temperaturas bajo cero. Pero no sólo eso: algunos informadores
añaden, también, la “sensación térmica”, que es el frío que se siente cuando
además de la caída termométrica, sopla un aire que corta el cutis. Si ya es
difícil definir una sensación -“impresión que las cosas producen por medio de
los sentidos”-, no te quiero contar lo que supone medir su intensidad: ¿cómo se
puede medir algo tan subjetivo como una sensación? En efecto, hasta hoy, a
falta de medidor objetivo, “la sensación térmica” se calculaba de modo
aproximado, o sea, a ojo de buen cubero (el que hacía las cubas antiguamente),
con lo cual, eso no era ni medición ni era ‘na’. Era lo que todo el mundo sabe:
que cuando hiela, si corre aire, hace más frío. Pues bien, se acabó lo que se
daba, más bien lo que no se daba: un equipo de la universidad de Connecticut
(allí hace un frío que pela) acaba de inventar un dispositivo, el
‘termosensómetro’, para medir dicha sensación, con lo cual, en adelante, se
acabaron las arbitrarias aproximaciones que con tantas alegrías nos regalaban
algunos meteorólogos.
Pero la cosa no para ahí. Como tantas veces,
cuando se inicia una línea de investigación, se abren al tiempo otras vías colaterales.
En efecto, sometidas las sensaciones, algo tan etéreo, al dominio de la
mensuración científica, los sabios se han dicho: ¿por qué no dar el salto a la
medición de los sentimientos, el amor, por ejemplo? Dicho y hecho. Y en eso
están. Y en fase muy avanzada. (Para más información, sobre el tema, consúltese
el “Diccionario de los sentimientos”, del profesor José Antonio Marina, un filósofo
que no lo parece: se le entiende todo.) De llegar el asunto a buen puerto, y
todo apunta a que va a ser así, la innovación tendrá efectos impresionantes. Un
suponer, en el mundo de las rupturas matrimoniales, esa epidemia, que tantos
pelos hace dejar en la gatera a los rupturistas, sobre todo, cuando hay niños de
por medio. Dicen los estudiosos del asunto que la causa princeps de tantísimo
divorcio es que el personal se casa insuficientemente enamorado, o sea,
enamorado, sí, pero no la bastante para aguantar la erosión que producen los
vientos de la convivencia, que hasta la esfinge de Giset está chata por el
viento del desierto. De otra manera: si la escala de medición del amor va del
cero al cien, no será lo mismo casarse con un cinco raspado que hacerlo con un
noventa y ocho. No sé si me entienden. ¿Acaso aguantará lo mismo las
tempestades un matrimonio que otro? Calla, hombre, calla. Ahí tienen ustedes la
solución a tanto desastre: medir previamente y de modo objetivo la
‘temperatura’ amorosa de los contrayentes, y que luego actúen en consecuencia.
En lo que no se ponen de acuerdo los investigadores
es en el nombre del nuevo aparato: ‘sentimentómetro’ les parece demasiado
largo. ¿‘Sentimómetro’ tal vez?