6-6-11
Interesante, agradable, la excursión por el
llamado Tajo Internacional, en barco, claro, a la altura del embalse de
Cedillo, si bien la cosa resulta menos sorpresiva para los que nos criásemos a
pocos Km de los riberos del Almonte. Por cierto, en un momento en que nos
quedásemos a solas, el Tajo me diría: “Yo hubiera preferido que me llamasen de
otra manera, Tajo Fronterizo, un suponer; pero a estos esnobistas se conoce que
les gustan las palabras rimbombantes y se ha empeñado en hacerme internacional,
como si fuera un futbolistas, pero sólo puedo jugar los partidos entre Portugal
y España y viceversa, que tengo doble nacionalidad”. En fin, que “este barco
-nos diría una señorita- funciona con gasolina y con electricidad, con lo cual,
matamos dos pájaros de un tiro (lo de los pájaros es mío): contaminamos menos y
no molestamos con el ruidos de los motores a la fauna de la vecindad; de modo y
manera que, cuando nos vayamos acercando a los nidos, conectaremos el motor
eléctrico”. Y así sucedió cuando nos fuimos acercando a la pareja de pollitos
de cigüeña negra y al solitario pollito de alimoche. Hasta aquí lo de los
animalitos.
Media madrugada me pasaba llamando,
desesperado, desencajado, desemblantado, a los municipales de Badajoz, plaza de
la Molineta, cada vez que iba a casa de mi hija. A eso de la una, empezaba a
retumbar el edificio a causa de la música (¿música?) de una discoteca que había
en los bajos del edificio. Y yo, claro es, sin poder pegar ojo, atacadito de
los nervios. Si dura más tiempo mi hija en aquella casa, yo habría pasado por
la cárcel con toda seguridad (esta vez como condenado, no como médico).
Enloquecido por el ruido y por la impotencia ante la situación, alguna noche
hubiera bajado con algo en las manos. No era para menos. Le dediqué una de
estas columnas al asunto, quejándome amargamente, por ver si el señor alcalde
se daba por enterado. Pues nada: ni por ésas.
Y qué me dicen de los ‘muchachinos de los
amotos’, que así se refiere a ellos mi padre, y los del pom-pom-pom de los
coches. ¿Ustedes creen que hay derecho a que una moto zarria, diminuta,
ridícula, o un hortera con los pelos de punta atronen la ciudad porque a los
niños les ha dado por hacerse notar? En estas páginas, propuse a los de los
‘amotos’ que si tanto les mola el ruido, bien podrían enchufar el tubo de
escape directamente al casco, o si no, que lo podrían introducir por algún otro
orificio, y así lo sentirían con más intensidad.
¿Son tontos todos los gobernantes, o es que
nos toman por tontos a los ciudadanos? Yo creo que todos, todos, no, aunque hay
un buen avío de ellos que son de molde, pero de lo que sí estoy seguro es de
que nos toman por tontos a los ciudadanos. Si no, no se explica su actitud ante
semejante dislate ambiental.
Me acuerdo yo de cuando Isabel Tocino fuera
ministra de algo y dijera que se iba a aprobar la Ley del Ruido. Si: a lo que
se ve, la Ley fue aprobada, pero sólo para las cigüeñas negras y para los
alimoches.
Lo tenéis claro conmigo. Anda y que no hace
tiempo que es tengo calados.