Mira que te lo
tengo dicho: no se debe mezclar el deporte con la política, que es una cosa muy
fea, que exhala un tufo nazifascistacomunista que tira para atrás. ¿Hace falta
que te recuerde lo que hizo Hitler cuando la Olimpiada de Berlín? ¿O los
regímenes comunistas con sus deportistas? ¿O las sangrientas y famélicas
dictaduras africanas? Cada vez que veo a un atleta famélico y desdentado dando
la vuelta al ruedo envuelto en la bandera de su país, me dan ganas de llorar y de
darle un bocadillo. Pues resulta que mira tú por dónde, ahora, cuando ha
llegado la hora del segundo pollo monumental (el primero fue en Valencia) contra
el himno nacional y la jefatura del Estado, van y me vienen con esa cantinela,
los mismos que no han hecho otra cosa en su vida que meter en la misma
coctelera ambas ‘sustancias’. No se debe mezclar una cosa con la otra, han
repetido hasta la saciedad. Entonces, qué carajo hace el Rey (o el príncipe)
entregando un trofeo futbolístico. ¿Tú has visto alguna vez al Rey entregando
el trofeo al ganador de la Liga? ¿O al de la Champion`s? ¿O es que es acaso más
importante la Copa que la Liga? ¿Que se llama Copa del Rey? De eso nada,
monada. Su verdadero nombre es “Copa de España”, que me acuerdo yo de cuando no
había Rey y la entregaba un señor bajito (no tengo nada contra los bajitos), la
misma que fuera entregada en su tiempo por algún representante de la República
aquella que hubo, y antes por otro Rey, que la cosa viene de lejos. Ese trofeo
tendría que ser presidido por el jefe del fútbol y pare usted de contar.
Mira que te
tengo dicho que lo de los himnos en el deporte se me antoja la forma más burda
de degradar ese símbolo. Lo dije a tenor de un partido entre selecciones, previamente
bendecido por los respectivos himnos, en el que un jugador argentino, conocido
como ‘Burrito Ortega’, protagonizó dos acciones dignísimas de un himno: un
cabezazo y un escupitajo a la cara del contrario. Como te lo cuento. Es que
incluso hubo un tiempo en que, en los partidos internacionales entre equipos
‘privados’, sonaban tres himnos, el del árbitro y el de ambos contendientes,
que aquello parecía un concurso de bandas. Como era lógico y natural, con el
tiempo, aquella patochada sería suprimida. Pues lo mismito habría que hacer en
los partidos entre selecciones. Y en la final de la Copa de España, claro. Ni
himnos, ni gaitas, nunca mejor dicho. El himno, como uno de los símbolos de un
país, debería dejarse para actos solemnes, exclusivamente. ¿Es un acto solemne
un partido de fútbol? Vamos anda. ¿Que la solemnidad la determina la presencia
del Jefe del Estado? Un Jefe de Estado jamás debería presidir un acto en el que
se sueltan coces y codazos a mansalva y se profieren toda suerte de barbaridades
en forma de insultos. ¿O me lo estoy inventando?
En resumidas
cuentas: los himnos nacionales debieran desaparecer de los eventos deportivos.
Y las banderas. Y así será algún día. Más que nada para evitar que unos miles
de antropoides rebuznen cuando suene el himno nacional. Si lo dice muy claro la
Biblia, hombre: “No echéis margaritas a los cerdos”.