Mira que
se lo dije clarito al señor Monago: sea usted el primero y cúbrase de gloria.
Suprima esa ruina de la administración autonómica, tantas consejerías y tanta
leche, con su recua de direcciones generales y jefaturas de servicio, y ponga
de patitas en la calle a tanto enchufado sobrante. Nómbrese a continuación gobernador
de Extremadura, que para presidente ya tenemos a Zapatero, perdón, perdón, no
quería asustarles, es que se me ha ido la pinza. Clausure, ipso facto, ese
Senado (el ‘Senao’ le llamaba Felipe González, tal era la consideración que del
mismo tenía), llamado Asamblea de Extremadura (¡diecisiete en toda España!), con
sus miles de liberados y sus pingües emolumentos, que maldita la falta que nos
hace: la misma falta que el ‘Senao’, ninguna.
¿Es que no es suficiente con el Congreso y el Parlamento Europeo? Para acabar,
privatice la televisión autonómica, ese lujo innecesario (mire si tenía yo
razón: su jefa, la bella Cospedal, ¡ya ha puesto la suya en venta!). Y después,
la gloria, señor Monago. Pero no me hizo caso, ay. Al final, a la fuerza
ahorcan, acabará tomando estas sencillas medidas, pero impuestas por los
acontecimientos, léase ruina. De balde lo hemos de ver. Con lo bonito que
hubiera sido hacerlo, motu proprio, el primero.
Es que a
los políticos, en su obscena endogamia, les parece que ellos son los únicos que
están en posesión de la verdad, que los ciudadanos nos chupamos el dedo. Pues
de eso nada, monada. Ahora, unos meses después de aquel escrito (“El gobernador
Monago”), no se habla de otra cosa: todo el mundo está persuadido de que el
Estado Autonómico actual es un verdadero dislate, una locura, el sueño de una
larga noche de invierno, o sea, inviable de todo punto. Extremadura funcionando
como un mini estado, más bien un ‘mini estadi’, que así se llama el estadio
pequeño del pequeño Barça. Si el señor Monago me hubiera hecho caso, habríase
ahorrado, además, el divertido baile de dimisiones/destituciones habidas en los
últimos días, que lo de la consejería de sanidad es para volver loco a
cualquiera, un consejero nuevo cada diez o doce minutos, que ustedes no saben
lo que barruntan los pacientes el cambio, tal es el impresionante influjo que
esa figura ejerce sobre la salud de la población. Nada que ver, empero, con la
convulsión que se produjo cuando dejó el cargo doña Leire Pajín, que hasta los
goteros comenzaron a vibrar, terremoto auténtico de mujer, dada su
extraordinaria formación. Por cierto, hablando de incompatibilidades
portuguesas: doña Leire no cayó en el ingenuo error del oftalmólogo señor
Perianes, que no ha tenido vista ninguna: cerró de inmediato su consulta de
endocrinología (especialista por la Mayo Clinic, Rochester), que incluso, para
evitar sospechas, dejó de ejercerla en su misma persona, que se la vio engordar
unos kilitos, cosa excepcional en un profesional del ramo.
En fin, que
me parece muy bien la destitución del delegado del gobierno “por tener una
farmacia en el centro de Badajoz”. A quién se le ocurre. ¿Adónde, si no, van a
ir los vecinos del Badajoz de toda la vida a comprar el paracetamol? ¡A la
farmacia del delegado del Gobierno! De haberla tenido en los Colorines, otro
gallo le hubiera cantado. Ahí ha estado fina la abogacía del Estado, sí señor.