Cada vez
entiendo menos a los medios de comunicación. Salvo contadísimas excepciones,
parece como si estuviesen confabulados para servirnos sólo una parte, sesgada,
de la realidad. Da como la sensación de que una mano negra (léase oculta)
anduviese detrás de todo ello, de todos ellos. No sería lo primera vez que nos
engañan como a chinos (eso era antes). De un tiempo a esta parte, no hay
comentarista, perdón, analista, que se precie (son más de un millón, entre
tertulias de radio, de televisión y articulistas) al que se le caiga de la boca
la odiosa prima de riesgo, los recortes al por mayor, el déficit
disparado/disparatado, los millones de parados, los batacazos de la bolsa, y
por ahí todo seguido. Para todo lo demás, unos segunditos de tertulia, algún
articulito suelto de algún tío rarito suelto y pare usted de contar. Increíble.
Más de uno estará pensando que, con semejante opinión, qué hago yo escribiendo
en un periódico. Pero digo yo alguien tendrá que hacer la autocrítica, ¿o no?
Al grano. En
portada y a cinco columnas esperaba encontrarme lo de anoche. En los boletines
horarios esperaba escuchar lo de anoche. En los titulares de los telediarios
esperaba ver lo de anoche. Pues nada, ni una palabra escrita, ni una palabra
hablada, ni una simple secuencia. ¿Que qué paso anoche? Anoche, una mujer dolida
(y doliente), desolada, operada, engañada, descorazonada, despechada (en ambos
sentidos), brindó a toda España un testimonio desgarrador. De la ‘princesa del
pueblo’ hablo, Belén Esteban, claro, nuestra lady Di doméstica, que así fuera
llamada a su muerte la bella Diana: “princesa del pueblo”. Al final, incapaz de
aguantar su cara anegada en lágrimas, como puños, y sus lengüetazos labiales,
llorando y dándome lengüetazos en el bigote, hube de irme a la cama. ¡Ha roto
con Fran! Como lo oyes. Esta vez, de modo definitivo, o sea, hasta dentro de
dos semanas. ¿Causa? Una rubia llamada Rocío, que, para más inri, la precedió
en el plató: más de una hora estuvo su joven rostro en pantalla, mientras media
docena de personas debatían a brazo partido, con entrega absoluta, acerca de un
beso que le diera Fran, detonante princeps del drama. La tensión llegó a tal
altura, que hubo de intervenir por teléfono, José Cabrera. ¿Que quién es José
Cabrera? No me digas, amable lector, que no lo conoces. No me digas que sabes
quién es Goirizalgorri, o como se llame, y no sabes quién es José Cabrera. Envenenado
te veo por las tertulias. Apréndetelo, si no quieres hacer el ridículo: José
Cabrera es tío de Rocío la del lío, la culpable del dolor de la ‘princesa’
llorandera (neologismo umbraliano), la madre, en fin, de Andreíta. Tú también
habrías llorado, seguro estoy, si hubieras presenciado el relato de la
despedida entre Fran y la niña, mientras ésta se tomaba el cola-cao (sic):
“Fran, dame otro beso”. “Si ya te he dado muchos”. “Fran, dame otro abrazo”. Se
me rompía el alma. Y por si faltaba algo, al padre de Andreíta, a Jesulín, la
Agencia Tributaria quiere embargarle un tercio de su reino, “Ambiciones”,
notición que tampoco ha merecido mención de parte de los popes de la opinión. ¿Tengo
o no tengo razón en mi crítica a los medios de comunicación?
Gracias, José
Javier, por tu salvífica salvación. “Deluxe”.