Hace cuatro días como el que dice, Japón
sufrió la mayor catástrofe natural de su historia (lo de Hiroshima y Nagasaki
fueron catástrofes artificiales): un devastador tsunami que dejó al país al
borde del colapso (“tsunami: ola asesina”, decía mi libro de geografía del
bachillerato). La hecatombe fue de tales dimensiones, las pérdidas fueron tan
cuantiosas, que hizo tambalearse a una de las economías más prósperas del
planeta. Pues bien, a dicho país querían ustedes quitarles la olimpiada para
dársela a Madrid. Ustedes lo que no tienen es caridad con el prójimo. ¿Se
imaginan lo que hubiera supuesto para la población japonesa el revés de
quedarse sin la olimpiada, después del espantoso estremezón del tsunami? Madrid
se ha quedado una vez más sin la olimpiada, sí; pero, gracias a Dios, España se
ha quedado sin tsunami. ¿Hubieran preferido lo contrario? Vamos anda.
Mucha ilusión se había hecho el personal en
esta ocasión. A cuento de qué. Muy sencillo. A cuento de que los medios de
comunicación, los del deporte mayormente, no se cansaron de lanzar la especie
de que esta vez había muchas posibilidades. Pues si llega a haber pocas, nos
echan a patadas. La cosa me ha recordado mucho a las quinielas que hacen los
sabios cuando la elección de nuevo papa (¡vaticanólogos se dejan llamar, los
muy majaderos!): no dan ni una en el clavo.
Uno,
la verdad, no se ha disgustado nada, lo que se dice nada. Que por qué. Muy
sencillo. Porque si ahora, sin olimpiada, la presencia de la información sobre deportes
es abrumadora hasta la náusea, si nos hubieran echado la olimpiada, este país
se hubiera vuelto progresivamente insoportable, conforme hubiéramos ido acercándonos
al 2020, año en que sólo habría habido una sóla cosa en España: la olimpiada.
Lo malo es que ahora tendré que inventarme una nueva excusa para viajar al Perú
(así lo dice don Mario: el Perú). Es que, en dicho año, huyendo de la
quema/llama olímpica, había pensado exiliarme al valle del Colca, el del
cóndor, de tan grato recuerdo, y hacerme monaguillo de la iglesia de Chivay,
entrañable pueblo en donde un par de gatos le limpian en sus juegos el polvo a
los santos, mientras el señor cura dice misa.
En fin, que han dicho los que entienden de
esto que el COI se ha fijado sobre todo en la cosa económica, que España está
hecha unos zorros y tal. ¿Peor que Turquía? Anda ya. Entonces, por qué Madrid quedó
fuera de combate antes que Estambul. ¿Y la situación política, es que no
cuenta? Al paso que vamos, dentro de siete años se habrá consumado el empeño
del hombre más dañino, sibilino y torticero que haya parido mujer (ayudado por
una ley electoral infame, claro): Jordi Pujol. Y detrás irán los otros. O sea
que, para entonces, España ya serán tres: Catalunya, Euskadi y España (lo que
quede). Y si faltaba algo para el euro, coincidiendo con la elección de la sede
olímpica, en Extremadura estalla una crisis de imprevisibles consecuencias: la
ruptura de la coalición PREX-CREX/ PSOE, a la que no han sido ajenos los
miembros del COI, que están en todo. ¿Es que no podían haber elegido otro
momento?
Espero que ahora tengan un poco más claro por
qué no nos han echado la olimpiada. Gracias a Dios.