Recuérdote de nuevo, amable lector, lo que
dijo Cela, loor al gran genio: cuando en un sitio huele mucho a algo, la
solución no es oler más fuerte, sino oler distinto. Digo esto porque hoy los
medios apestan a la prematura excarcelación de los asesinos ‘comunes’, el de
Anabel Segura, el de Olga Sangrador, el de las jóvenes de Alcácer, los
repugnantes violadores de niñas, así como otras gentes de mal vivir, lo que no
deja de ser una cortina de humo para ocultar la afrenta a las víctimas de la
eta, por la puesta en libertad de los ‘activistas’, qué graciosos algunos
periodistas, que de esa manera son amnistiados bajo el paraguas legislativo europeo,
a instancias del gobierno de Zapatero, con la connivencia del PP, lo que yo te
diga, que para eso mandaron a Estrasburgo a López Guerra, uno que fuera
profesor de derecho de la UEX.
¿Alguna
duda? Bien. Como todo ha quedado claro, pasemos a oler a algo más agradable.
Tenía yo
ganas de hincarle el diente al asunto de los verdaderos nombres y no sabía
cómo. Pero mira tú por dónde, leyendo a Borges, otro genio, me encuentro con
una cosa que me viene al pelo. ¿A que no te puedes imaginar cómo se llamaba
Averroes, célebre colega mío que hubo en Córdoba allá por el siglo XII? (Digo
lo de colega por la mitad que tenía de médico; la otra mitad, la de filósofo, se
la perdono: nadie es perfecto.) Se llamaba Abulgualid Muhámmad Ibn-Ahmad
iban-Muhámmad ibn-Rushd. Como te lo cuento. Por lo visto, ese nombre tan
cortito tardaría un siglo en desembocar en Averroes, para lo cual hubo de pasar
previamente por: Benraist, por Avenryz y aun por Aben-Rassad y Filius Rosadis.
¿Ha quedado claro, verdad? Esa es, sí, la parte escrita del nombre, de los
sucesivos nombres. Y aquí viene mi pregunta: ¿cuál era su pronunciación? O
dicho de otra manera: ¿qué sonido voceaba su madre al niño Averroes cuando la
buena mujer salía a la puerta a llamarlo, jugando que estaría en la calle con
otros niños? Lo lógico es que le dijera, un suponer: “Abulgualiiiiiid, ven acá
p’acá”. Ya sabemos que no pudo llamarle “Averroes”, nombre tan horroroso para
un niño, aunque a todo hay quien gane: conozco a uno que se llama Agapito. Tres
cuartos de lo mismo podríamos decir de otros dos cordobeses ilustres:
Abderramán y Maimónides. Sabemos cómo se escribían sus nombres, están en los
papeles, pero no podemos tener ni barruntos, ay, de cómo se pronunciaban. ¿Hay,
acaso, documento sonoro que lo atestigüe? Ni lo hay ni lo habrá. Aunque no
pierdo la esperanza: dijo un sabio griego que los pensamientos vagan
eternamente por el espacio. Tal vez las voces también, y algún día podrían ser
recuperadas.
Que en qué
me baso para pensar así. Pero hombre, si no hay forma de pronunciar como es
debido los nombres de los futbolistas extranjeros y eso que los tenemos delante
y podríamos preguntárselo. (A este respecto, lo genial fue lo que hicieron los
del Betis con un jugador balcánico de nombre impronunciable: Hadcibegic.
Decidieron llamarle Pepe.) Como es natural, con los nuestros sucede lo mismo:
cuando tengas oportunidad, fíjate cómo pronuncian los ingleses el nombre de
Fernando Torres.
¿Cómo se llamaba de verdad Averroes? That
is the (irresoluble) question.