Supongo
que se habrán enterado de que se ha muerto Madiba, un señor que siempre se
llamó Mandela: Nelson Mandela. Y supongo también que habrán visto por la tele
las imágenes del impresionante homenaje que le fuera rendido en un estadio
abarrotado de mandatarios y famosos del mundo todo, encabezados por el jefe
supremo, o sea, Obama. De dicho acto, quedarán para el recuerdo tres momentos, tres anécdotas, de los cuales todo el mundo
se ha hecho lenguas y que, asimismo, han sido tratados hasta la saciedad por
los cien mil opinadores ‘teleradioperiodísticos’ que hay en España, a saber: el
saludo de Obama a Raúl Castro (unas décimas más largo de lo previsto), el
intento de ligue del mentado Obama con la espectacular primera ministra danesa,
con el consiguiente enfado de Michelle (es que no hay color, con perdón) y, por
último, lo del falso traductor al lenguaje de los sordomudos, que eso sí que es
de traca.
Pues bien,
hay empero una secuencia del acto que no he visto comentada en parte alguna (no
digo que no se haya hecho, digo que yo no tengo conocimiento de ello) y que
para mí tiene una significación extraordinaria. Me explico. En medio de un
evento que discurría exclusivamente en lengua inglesa, de pronto, irrumpe una
voz tronante y mitinera, hablando un perfecto y bello español: el que se habla
en Cuba. De Raúl Castro hablo, claro. Cuando Fidel estuvo tan malito (se empeñó
en que no le pusieran la bolsa de la colostomía), escribí un artículo titulado
“Que no se muera Fidel”, en el que decía que, cuando eso sucediera,
desaparecería uno de los más brillantes hispanohablantes del orbe, pues que no
me negarán que Fidel Castro habla un español riquísimo. Lo de hoy es del mismo
tenor. (Por supuesto, que nadie vea en esto ninguna intencionalidad espuria:
Cuba es una dictadura, execrable como todas, que mantiene al pueblo sumido en
la opresión y la miseria.)
En efecto, Raúl
Castró habló en español, y sin traducción simultánea (con un par), que yo no la
escuché por parte alguna. Seguro estoy de que conoce el inglés lo suficiente
para leer un discursito en dicha lengua, pero a la vista está que no se lo
anduvo ni planteando. No como otros. Es que cada vez que me acuerdo del
formidable y espantoso ridículo de la delegación española, cuando la
presentación en Buenos Aires de la candidatura de Madrid ante el COI, me dan
unas ganas irrefrenables de blasfemar. Y no es mayormente por lo del cafelito
relajante en la plaza mayor y esas bobadas que tanto les gustan a los
periodistas vacuos. No, lo digo porque teniendo a mano un idioma riquísimo,
bellísimo, que hablan quinientos millones de personas, aconsejada, supongo, por
una caterva de asesores acomplejados, a cual más cateto/paleto/analfabeto, va
la señora Botella y se dirige a los tíos del comité olímpico en inglés. Pa
matarlos (a la alcaldesa y todo su séquito). Hay que ser memo para incurrir en
semejante estupidez. Y encima, hacerlo en un país de habla hispana. “El inglés,
ahora, tiene fascinación por sí mismo, aunque lo hable/escriba un idiota. Esto
no es más que un esnobismo de analfabetos ilustrados”, escribió Umbral.
¿Ilustrados? Eso quisieran ellos.
Gracias,
Raúl, en nombre de Cervantes, de García Márquez y en el mío propio.