Un astrofísico canadiense, Scott Tremaine, que
trabaja en la misma institución donde trabajase el gran Einstein, ha declarado,
perdón, ha aseverado (verbo de moda entre los jóvenes periodistas) que la
Tierra sería invisible desde la estrella más cercana. Pero hombre, señor
astrofísico, eso es como decir que en verano hace más calor que en invierno.
Cómo no va a ser invisible, si nuestro planeta apenas se entrevé desde la casa
de un vecino, Saturno, el del asombroso anillo, que lo veo yo con mi humilde
telescopio en las noches veraniegas de mi pueblo. En efecto, desde las
inmediaciones de Saturno, hemos sido retratados por una sonda espacial y
aparecemos como un insignificante puntito de luz: “un grano de polvo en el
espacio”, que canta el gran Camarón por boca de Lorca, o viceversa. Y eso que Alfa
Centauri, que así se llama la estrella más próxima, está muy cerquita de
nosotros, a poco más de cuatro años/luz. De las siguientes, ni te hablo: hay
que echar merienda para ir de excursión a ellas. Si el previsto viaje tripulado
a Marte, que está ahí al lado, durará un año, calculen los bocadillos que se
necesitan para un viaje a las estrellas.
Bueno, lo
cierto y verdad es que son tan inmensas las distancias siderales (nuestra
galaxia tiene un diámetro de cien mil años/luz) que, a efectos prácticos, es
como si estuviésemos solos en el universo, ya sea con el principio antrópico
débil, ya sea con el fuerte. Pero eso no quiere decir que, aplicando la lógica
más elemental, y a pesar de la enorme cantidad de requisitos que se le exigen a un planeta para que le concedan
la cédula de habitabilidad, no exista vida inteligente en otros sistemas
estelares, mismamente en alguna de los varios cientos de miles de millones de
estrellas de la Vía Láctea. De ser así, lo normal es que se rijan por
comportamientos similares a los nuestros, vamos, digo yo, que incluso tengan
sus religiones como nosotros, alguna de las cuales será la verdadera, etc., con
su cielo y su infierno y hasta su purgatorio. En ese caso, aquí viene mi
pregunta: ¿tendrán ellos instituciones propias para el premio y el castigo, o
tendremos que compartirlas? En el segundo de los casos: ¿a usted le gustaría
compartir el cielo con gentes de estrellas lejanísimas? A uno, la verdad, no le
seduce nada la idea (ni pensar quiero en los que les toque semejante compañía
en el infierno).
La cosa se
complica sobremanera si salimos de nuestro barrio, nuestro barrio cósmico (loor
a Carl Sagan). Si hablamos de otras galaxias, de los muchos miles de millones
que integran el universo conocido (los astrofísicos hablan ya de multiversos),
entonces, apaga y vámonos. Lo normal sería que existiera un cielo por planeta
habitado. Un cielo por galaxia me parece algo excesivo. Pero lo que ya me
parecería fuera de toda lógica es un cielo para todo el personal del universo.
Por mi parte, ya digo, no me gustaría nada tener que compartir el cielo (“al
cielo, siempre vamos los mismos”, dijera el genial Mingote) con gentes que ni
me van ni me vienen. Aunque mucho me temo que no me va a quedar más remedio. El
más listo de la clase, Einstein, quién va a ser, ya se me adelantó: “La religión
del futuro será cósmica”.