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El chalé de los Málaga


     Necesitaría yo la pluma de García Márquez para describir los atardeceres reflejados en la cristalería y la azulejería de aquel bellísimo capricho de la arquitectura cacereña: la Chicuela. Era el milagro cotidiano en la ociosa espera de la Casa de Socorro, sita por aquellos días, 1978, en una esquina del viejo hospital de la Montaña.

    Que dicen que la van a tirar para construir pisos. Y la tiraron. Y construyeron pisos.

    Es lo primero que me vino a la cabeza, la Chicuela, cuando, no ha muchas semanas, me topé de bruces con otra joyita arquitectónica, remozada en todo su esplendor: el chalé de los Málaga. Inconscientemente, miré hacia abajo, y me imaginé lo asombroso que sería hoy aquel rincón de Cáceres, si la Chicuela hubiera recibido el mismo tratamiento.

   Que te coma la mano un guarro, me decía mi amigo Pablo Lorenzana, q. e. p. d. cuando le daba malas cartas, caña y pincho de tortilla en juego, a la vera del impresionante palacio de Monterrey salmantino, premio “Europa Nostra”, luego de que los albañiles le hiciesen lo que le han hecho al chalé de los Málaga (marchando un premio para susodicho chalé). Eso mismo le diría yo a los responsables de aquel atroz desaguisado chicuelino: que os coma las manos un guarro.

   Los delitos de lesa humanidad no prescriben nunca, ya se sabe. Lo de la Chicuela no creo que sea para tanto, pero bien podría tratarse de una nueva figura penal: “lesa ciudad”. Una nueva modalidad delictuosa, ya digo, cuyo castigo debería ser purgado públicamente. Propongo, pues, que los responsables de aquella monstruosidad (alguno quedará vivo) sean condenados a la pena de reclusión, los días festivos, atados/asomados a las ventanas de la actual chicuela (no merece la mayúscula), para burla y escarnio de la ciudadanía.

   Es que yo creo que pocas atrocidades urbanísticas ha habido como aquélla. Mas no hay nada irremediable, excepto eso que ustedes y yo sabemos. Los que hemos tenido la oportunidad de visitar Varsovia, hemos podido comprobar cómo se reconstruye, palmo a palmo, una ciudad que era toda desolación y ruina, al final de aquella locura bélica. Lo cual que el día que yo sea alcalde de Cáceres, me comprometo a reconstruir centímetro a centímetro la vieja Chicuela de las mágicas irisaciones vespertinas. Aunque sea lo único que haga durante todo el mandato.

   De bien nacidos es ser agradecidos, se ha dicho de toda la vida. Pues bien, en agradecimiento a Caja Almendralejo por el impagable regalo que acaba de hacer a mi ciudad (uno es de donde hace el bachillerato, dice Pániker, ese genio), mañana mismo voy y abro una cuenta. Por éstas.

 

   

 

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