Qué
mejor momento para predicar, ‘urbi et orbe’, por qué uno es del equipo que esta
noche se juega la décima (escribo el sábado, claro). Fue un grandísimo
escritor, R. Gómez de la Serna, el que dijo que “la literatura o es autobiografía
o no es literatura”, que era lo que a mí me faltaba. Así que ustedes perdonen.
Es fama
que las cosas importantes de la vida o bien suceden por casualidad (lo que
otros llaman azar), o bien por pequeños detalles, cuya trascendencia uno es
incapaz de valorar en el momento en que están aconteciendo, lo cual adquiere todo
fundamento si atendemos a lo que dijera otro genio del oficio, Valle-Inclán,
“Las cosas no son como las vemos, sino como las recordamos”, sentencia que
fuera gloriosamente confirmada, siglo más tarde, por la neurofisiología: “El
error de Descartes”, Antonio Damasio, portugués ‘Príncipe de Asturias’. Cuando
hablo de cosas importantes, me estoy refiriendo a cosas verdaderamente
importantes: el casamiento, la elección de la carrera (o trabajo), hacerse de
un equipo de fútbol, etc. (Que le pregunten, si no, a los del Betis por lo
penúltimo.)
Una mañana
gris, sí, la mañana era gris tirando a oscura en la escuela, ocho años tendría
yo, alguien empezó a sacar unos cromos muy manoseados de señores mayores en
calzón corto, los primeros que yo veía en mi vida (las cosas siempre tienen una
primera vez), cuyos nombres no me sonaban de nada. Recuerdo perfectamente que
en uno de ellos rezaba Alfredo ‘Téfano’ di Stéfano, lo juro, y así resuena en
mi memoria cada vez que sale a relucir tan celebérrimo personaje. También
recuerdo a otro que se llamaba Campanal, del Sevilla, de cuya potencia de tiro
se contaban historias cuasi homicidas, hacia el vientre del portero contrario,
claro, el mejor de los cuales era uno que tenía un nombre con muchas consonantes,
Ramallets se llamaba. Recuerdo, asimismo, que el dueño de los cromos, uno que
era monaguillo, dijo que él era del Barcelona (entonces no existía el Barça), a
lo que otro contestó que él era del Real Madrid, que así se decía: siempre el
Real por delante. Y en un santiamén, brotaron los dos grupos rivales. Y yo en
medio, sin saber para dónde tirar. Hazte del Barcelona, me dijo uno. Hazte del
Real Madrid, me dijo otro. En ese instante, tuve como una iluminación divina.
De pronto, me acordé de que la mitad de los hermanos de mi padre, cuatro,
vivían en Madrid, hacinados en casa de tío Marcial, un zapatero remendón que
había recalado en menestral, a la fuerza ahorcan, luego de haber sido guardia
de asalto en la República, y encima, del partido comunista. Y en aquel mismo
instante, me hice del Real Madrid. Alguien dirá que si la ciudad de Madrid fue
el determinante de la decisión, por qué me hice del Real y no del Atlético. Muy
sencillo: porque el Atlético no salió a relucir. Además, si me hubiera hecho
del Atlético (el Atleti era el Bilbao), estoy seguro de que me habría borrado muy
pronto. Esteta del lenguaje que es uno, no hubiera podido soportar ser seguidor
de un conjunto que tiene como segundo nombre “equipo colchonero”. Sin
Champion’s o con ella, tanto da. “Colchonero”, qué horror.
¿Elecciones
al parlamento de qué? Contento me tienen los políticos ‘profesionales’.