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Del celibato, con perdón


   Vaya por delante que eso del celibato no puede ser nada bueno, sencillamente por lo fea que es la palabra. Celibato, qué horror. Si se hubiese dicho ‘solterato’, que tampoco es muy allá, habría sido más pasable; pero celibato, caya, hombre. Dicho lo cual, vamos directamente al asunto.

  Que conste que no soy yo el que principia la pelea, que fue el papa Francisco el que lanzó la primera piedra el otro día, en el avión que le traía de regreso de Tierra Santa. A la pregunta de un  periodista sobre el particular, el santo padre contestó: “Al no ser un dogma de fe, es un asunto que está abierto”. Toma ya. Así que no me vengan luego los integristas a lapidarme, como suelen: “digo tan sólo lo que he visto”, dicho sea al modo ‘albertiano’. Yo que el bueno de Francisco habría empezado diciendo, a guisa de político placeado: “Me alegro, joven, de que me haga usted esa pregunta”. Es que no podía haber mejor manera de ponerle a su santidad el toro del celibato, perdón, en suerte. Me explico.

  Digan lo que digan los demás, horror, Raphael me persigue, a estas alturas de la liga, resuelta la Champions, y en vísperas de un mundial, el ‘solterato’ sacerdotal me parece una antigualla insostenible. Por dos o tres razones: por el signo de los tiempos; porque a una religión tan parecida a la católica, la anglicana (en lo fundamental son la misma), no le ha ido tan mal con sus curitas casados y padres de familia; y sobre todo, por la impresionante crisis de vocaciones, verdadero problemón. Si a las tres razones precedentes le añadimos lo dicho por el papa, “no es dogma de fe”, a no tardar muchas semanas, tendremos curas casados como Dios manda, o sea, por la iglesia, que no creo yo que vayan a cometer la osadía de casarse por lo civil, teniendo un colega a mano.

  He dicho sacerdotes que puedan casarse (no sería obligatorio, por supuesto), pero ¿qué pasará con los casados que quieran hacerse curas? También habrá un sitio para ellos, ya lo verán, previa preparación teológica, claro. A este respecto, me acuerdo de lo que le dijera el obispo de Palencia al padre del gran historiador, Ramón Carande, que es el que se lo cuenta a Manuel Vicent. Desolado por la muerte de su esposa, el obispo le dijo, cito de memoria: “Con los conocimientos de derecho que usted tiene (era abogado), en dos o tres cursos se pule los estudios de teología, y en cuatro días se hace usted sacerdote, y en pocos años, podría usted ser obispo”. Justo lo mismo para los casados que quieran hacerse curas; pero sin que tengan que pasar previamente por la dolorosa experiencia de la viudedad.

   Y hablando de obispos, no ha mucho fue noticia el nombramiento de la primera mujer obispa, en la iglesia anglicana, claro. Ni que decir tiene que la cosa me produjo mucho agrado. Por una razón elementalísima: la igualdad absoluta, ya me entienden, entre el hombre y la mujer. Es que hay cosas que eran/son insostenibles. El papa de la iglesia anglicana es el obispo de Canterbury; sin embargo, por el inmenso peso de la historia, la jefa de dicha iglesia es una mujer: la reina de Inglaterra. Ustedes mismos.  

 

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