Que la justicia
en España no anda en sus mejores momentos, es cosa bien sabida. Es más, a la
vista del tira y afloja entre jueces y fiscales, podría decirse que la justicia
es como un campo de Agramante, no me digan que no queda bonito dicho así. El
último y flagrante caso lo tenemos con la infanta Cristina, imputada por el
juez Castro por sendos delitos de fraude fiscal y blanqueo de capitales. Lo del
fraude fiscal está muy feo, y más en una infanta de España; pero, en un país en
el que hasta hace cuatro días el personal se jactaba públicamente de engañar a
hacienda, me parece como un delito menor, no sé si me entienden. Ahora bien,
que la imputen por blanqueo de capitales, eso sí que me parece una pasada, o
sea, demasié. Ítem más: no sé qué es peor, que acusen de ese delito o el
lenguaje utilizado, que ambas cosas hablan a las claras de la imparable
decadencia del mundo de la justicia. Blanquear capitales le llaman. Sólo le ha
hecho falta decir ‘faldegar’, que es como se ha dicho por aquí de toda la vida.
Con
semejante vocabulario, no les extrañe que pase lo que les voy a contar. El otro
día, va mi padre, sordo como una tapia, y me pregunta: ¿qué es la que tienen
liá con la hija del rey, que por lo visto se ha puesto a faldegar? Y
acercándome a la oreja derecha, le digo: no, que la quieren llevar a juicio por
blanquear capitales. Y qué tiene eso de malo: pos tu madre blanqueaba tos los
años la fachá de casa y muchas veces la llamaban pa faldegar en las casas de
los ricos y los municipales nunca le dijeron na. Pero eso es en los pueblos; en
las capitales, eso no se puede hacer. Y eso por qué. Efectivamente, qué tiene
de malo dedicarse a blanquear capitales, con lo sucias que están algunas por efecto
de la contaminación. Ahí donde lo ven, por eso quieren sentar en el banquillo a
la infanta y a su marido, cuando lo que tendrían que hacer es darles un premio
o algo. No me extraña que el fiscal recurra la imputación.
Señorías, la expresión culta y precisa habría
sido decir enjalbegar capitales, nada de blanqueo. Por esa derrota, el día
menos pensado acabarán llamándole colega, tío, tronco al justiciable:
Enróllate, tío, y dime dónde estabas el día de autos. Señor juez, ya le he
dicho que yo no tengo coche, que mi primo y yo íbamos los dos en el ‘amoto’.
Y hablando
de autos y de motos: ¿a ustedes les parece bonito que un juez acuda a su
trabajo en una moto, como un operario cualquiera? Vamos anda. Un juez es un
juez, y lo lógico es que se bajara de un auto como Dios manda, un auto brillante,
reluciente, que viendo el chozo, se ve el guarda. Pero hombre, si ya hasta va
en moto algún magistrado del Tribunal Constitucional, el que fuera pillado el
otro día al amanecer, oliendo a wiski. El día menos pensado veremos a alguno
bajarse de la bici. Al tiempo. ¿Se fiaría usted de un juez que fuera en bici?
Post
scriptum: yo esperaría, antes de cambiarle el nombre al gran hospital de
Badajoz.