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La bandera de la república


       De eso quería hablarles hoy: del show del señor Casco, envuelto en la bandera de la República, el otro día en la Asamblea de Extremadura: ah, qué sería de nosotros sin la Asamblea; ah, cómo pudimos vivir si ella tantos años. Mas comoquiera que les veo desazonados por lo de la selección (me niego a escribir “la roja”, ese invento copiado de los italianos), he decidido ejercer de psicoterapeuta social: la suerte no puede caer siempre del mismo lado. Eso, que es una verdad universal, en el fútbol es consustancial. En efecto, salvo en los sorteos de la ONCE y otras rifas similares, no hay actividad humana en la que el factor suerte sea tan determinante. ¿Es o no suerte que una eliminatoria se resuelva por penaltis? Pues bien, sin ánimo de restar ni un ápice de mérito al vistoso juego practicado por la selección, en las dos eurocopas que se han ganado, los nuestros pasaron a la ronda siguiente gracias a esa especie de lotería: la primera frente a Italia, la segunda ante Portugal (recuerden a Cristiano mascullando “qué injusticia, qué injusticia”). Ítem más: nadie discute que Casillas era/es un gran portero, pero no me digan que no fue una suerte inmensa desviar con los pies el disparo a bocajarro de Robben en la final de Sudáfrica cuando ya el partido tocaba a su fin, el mismo Robben al que la otra noche le entraron todas. Ahí les quería yo ver. ¿Ustedes qué hubieran preferido: ganar a Holanda en aquella final, o haber ganado el partido de la otra noche? Yo también hubiera preferido lo mismo, claro. ¿Entienden ahora cómo no hay razón alguna para el desánimo?

   Volvamos, pues, al señor Casco y su envoltura republicana, que enseñar al que no sabe sigue siendo una de las bienaventuranzas. Para eso, nada mejor que recurrir al maestro Julián Marías, hablando del uso de dicha bandera ¡en el bando republicano!, durante la guerra: “Un detalle significativo era la dificultad de que se usara la bandera de la República, incluso en el ejército: lo que interesaba era la bandera roja (donde dominaban los anarquistas, la rojinegra). Por eso me ha parecido risible la ostentación de banderas republicanas por parte de comunistas y socialistas ya restablecida la Monarquía”. Qué fuerte.

  Alguno dirá que me he vuelto monárquico, que yo antes era más bien del otro bando. En efecto, yo dejé de ser republicano el día que nació la infanta Leonor (me gusta ese nombre), heredera al trono, con permiso del señor Casco. Cuando nació Leonor, pensé (se lo conté ya en su día): si don Felipe eligió como esposa a una señora apellidada Ortiz, ¿por qué la infanta Leonor no podría elegir como esposo a un joven del mismo apellido? ¡Álvaro Ortiz Gómez, mi nieto! Con esa esperanza vivo desde entonces, ya digo. Comprenderán ustedes que no voy yo a ser como esa parienta de doña Letizia que anda por ahí voceando su republicanismo. ¿Con qué cara me presentaría yo el día de la boda de mi nieto y la princesa de Asturias?

  Tranquilo, señor Casco. Nosotros los monárquicos nunca vamos a impedir que usted use cuando quiera la bandera republicana. Es más, yo se la hubiera permitido incluso para hablar desde la tribuna de la Asamblea de Extremadura.      

 

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