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El disgusto de los médicos


    No se pueden imaginar ustedes el disgusto que tenemos los médicos con la dimisión de la ministra de sanidad, la doctora Mato, perdón, la señora Mato. No es para menos: el ministro/a de la cosa es nuestro faro, nuestra luz, nuestra guía, nuestro todo. Fíjense si es determinante su misión/dimisión, que cada comunidad autónoma tiene su calendario de vacunaciones. Compréndanlo: un niño de Navarra no se acatarra igual que un niño de Extremadura. Y no digamos los niños de Cataluña y el País Vasco con el “hecho diferencial” de partida. Treinta y tantos años de régimen autonómico acaban produciendo todo tipo de diferencias, incluso biológicas. A las vacunas me remito.

  Pero yo no quería hablarles de vacunas. Ni tan siquiera de la causa de la destitución de la ministra: el lucro ‘gurteliano’ inconsciente o como se diga eso, de lo cual estoy tan seguro como Agapito que me llamo: no es que doña Ana no viera en el garaje el Jaguar que los Gürtel le regalaron a su marido, no: es que, enfadados que estaban (en trámites de separación conyugal), lo lógico es que no se dirigieran la palabra, razón por la cual, ni anduvo preguntándole sobre el particular. Que sí, mujer, que sí. De recién casados, mi santa se pasaba una semana enterita sin hablarme por cualquier niñería: ni por un tractor me hubiera preguntado, de haberme visto en él encaramado. Cuanto más si una pareja ha iniciado ya los trámites de su ruptura definitiva. Tres cuartos de lo mismo les digo de los bautizos y comuniones que les ‘regalaron’.

  De lo que yo quería hablarles no es del cese ministerial de doña Ana, sino del otro extremo de su alta misión, o sea, de su nombramiento. ¿Me quieren decir ustedes las razones por las que fue nombrada ministra, si, como se ha podido demostrar, léase crisis del Ébola, el cargo le venía más grande que la chaqueta de su padre? Muy sencillo: porque desde niña formaba parte del núcleo duro del partido, del PP, de modo y manera que, llegado el momento, había que premiar la fidelidad a la causa, lo mismito, lo mismito, que pasó en el bando contrario, en donde la fidelidad/genialidad se llamó Leire Pajín, Bibiana Aído, o Carmen Chacón, mujer, por cierto, de excepcionales dotes políticas (la nueva Margaret Thacher), a la que los que la canalla periodística se ha encargado de elevar a la categoría de señora corriente.

    ¿A que no saben ustedes a qué conduce todo esto? Venga, anímense. Un décimo de lotería de Navidad, premiado, claro, al primero que conteste. ¡Atención, el caballero del fondo quiere decir algo!: “Esto conduce a que el personal vea a los políticos como una casta endogámica en donde lo único que prima es la fidelidad y los años de servicio”. Marchando un décimo premiado para el caballero. 

  En efecto, el caballero del fondo tiene todo la razón de España y quinta de Alemania. Debido al indecente y casi obsceno mangoneo de los partidos de siempre, la ciudadanía ha acabado hasta los mismísimos, con lo cual, ya saben: le han puesto la ‘cabeza del Bautista’ en bandeja a los sibilinos y peligrosos muchachos de Podemos, los cuales tienen el subidón asegurado sólo con dos ‘c’: casta y corrupción. Merecido se lo tienen: los otros.     

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