Convulsa
anda la actualidad: se amontonan y se empujan los acontecimientos ‘comentables’,
de modo y manera que no sabe uno por dónde tirar. Anteayer mismo, le dan
solemne sepultura a una señora muy famosa en la muy bella ciudad de Sevilla; el
mismo día que entra en prisión una afamada cantaora; la misma fecha en la que
es repatriada una doctora procedente de país africano, que se pinchó
accidentalmente con una aguja contaminada de ébola, que ni pensar quiero qué
hubiera pasado si llega a coincidir con el sacrificio de Excálibur; justo al
tiempo que entra en ebullición el asunto del adolescente Errejón, perdón, el
profesor Errejón, uno de los iconos de ‘Podremos’, cogido que ha sido con las
manos en la masa, o sea, cobrando una sustanciosa beca sin pasar por la tahona;
coincidiendo asimismo con la querella a un político secesionista; aderezado
todo lo cual con la ola expansiva de los viajes “tipo Monago” (así lo dijo un
parlamentario), que ha tenido más suerte que un ahorcado: gracias a las
sevillanas, nuestro hombre ha desaparecido de la circulación, por ahora: digo
por ahora porque don José Antonio, no hay mal que por bien no venga, quedará para
los restos como paradigma de un modo de viajar. En adelante, se hablará de los
‘Monagos’, como hoy se habla con toda naturalidad de los ‘Moscosos’. Y por si
faltaba algo para el euro, va y se produce un acontecimiento extraordinario en la
ciencia, el único que pasará a la historia, claro, de todo este divertidísimo
batiburrillo: el módulo Philae ha descubierto moléculas orgánicas, los
ladrillos de la vida, en el cometa donde viaja agarrado como una lapa: ¡allí
pesa un gramo! (en la Tierra, cien kilos).
Pues bien,
dicho todo lo cual, con el permiso del respetable, a mí lo que me gustaría es
glosar la historia de la Cayetana Pérez. Cayetana, nacida en un barrio muy
humilde de Sevilla, quedó huérfana de madre a los doce años, siendo la mayor de
siete hermanos. Su padre era un probo jornalero que trabajaba en lo que le
salía. Como era natural, en ausencia de los progenitores, a la niña Cayetana no
le quedó otro remedio que cuidar de sus seis hermanitos. Pero a pesar de todo,
no dejó de acudir a la escuela ni un solo día (algunas veces llegaba tarde,
claro). Comoquiera que Cayetana era una niña muy lista y aplicada, obtuvo una
beca que le permitió estudiar la carrera de magisterio, que siempre ejerció en
el barrio que la vio nacer, en donde fue muy querida. Ni que decir tiene que, al
tiempo, era en casa la ´maestra’ de sus seis hermanitos, niños listos y
aplicados como su hermana, de modo y manera que los seis consiguieron colocarse
dignamente en diversos oficios, donde no faltaron las carreras medias e incluso
superiores. Cayetana casó con un ferrallista del lugar y tuvieron diez hijos, los
cuales hicieron todos brillantes estudios. Conocida la trayectoria vital y
profesional de doña Cayetana, la Casa Real no dudó en concederle el muy
merecido título de Marquesa del Alba, elegido por ella, pues que a esa hora se
levantó todos los días de su vida. Anteayer, a los noventa años, acaba de
fallecer. El llanto de Sevilla “creció en diluvio”, que hubiera dicho el gran Quevedo.