Me ocurre
cada cosa. Una noche de insomnio lisboeta, como se me hubiera olvidado mi libro
de cabecera de viajes, me levanto medio sonámbulo y me dirijo a la humilde
biblioteca del decente hotelito. Y mira por dónde, qué casualidad –el azar,
siempre el azar- me encuentro con una joya que me tuvo como a don Quijote toda
la noche, tal era/es mi fascinación por el
tema: “El quinto milagro”, de Paul Davies, un físico que ha dedicado su
vida a buscar/estudiar el origen de la vida, que de eso trata el libro: de uno
de los dos eventos más asombrosos que ha dado el universo, la biogénesis, o sea,
cómo se formó la vida (el otro es, claro, el origen del universo, propiamente).
En suma: de cómo la materia inorgánica, muerta, pudo organizarse y dar lugar a
un ser vivo, todo lo elemental que ustedes quieran, pero cuya complejidad es
hoy por hoy inextricable: “los científicos siguen sin poder señalar con su dedo
qué es exactamente lo que separa a un ser vivo de otros tipos de objetos
físicos”.
Enfrascado
a todas horas en la lectura del libro, me entero de sopetón de otro milagro en
ciernes, relacionado con la cuestión: la sonda Rosetta va camino de un cometa.
Resulta que hace una veintena de años, a un señor se le ocurre la idea de enviar
una sonda a un cometa; se ponen a echar números (los cometas vuelan que se las
pelan: van dejando atrás una estela de materia) y eligen uno que se llama 67/P,
una roca que lleva vagando por el espacio tantos miles de millones de años como
la Tierra, cuando menos: unos cinco mil millones, domingo arriba, domingo
abajo. Se ponen manos a la obra y una década después, lanzan el formidable
ingenio. ¿De dónde mis fascinaciones? Hombre, está claro: ¡si no es un milagro que
diez años después del lanzamiento hayan sido capaces de llevar la sonda al
lugar elegido, que venga Dios y lo vea! La otra fascinación es más bien del
orden cósmico: la vida hubo de tener un principio, y ese principio es lo que
andan buscando como locos los científicos. Y, oh, casualidad de casualidades:
al gran Carl Sagan, que Dios le haya dado el mejor lugar en las estrellas, le
escuché por primera vez que la vida bien pudo haber llegado a la Tierra en una
de esas rocas heladas, hermanas del cometa cuya superficie acaba de ser hoyada
por el módulo Philae. Les recuerdo que la Tierra, como Marte, como Venus, se
formó por el impacto de miles de cuerpos como Rosetta y eso es lo se busca,
entre otras cosas: estudiar la composición de los materiales de que está hecho
el cometa, por si hubiere cuando menos los compuestos orgánicos imprescindibles
para la biogénesis, de la cual procedemos nosotros: “que somos la forma que el
universo ha inventado para conocerse a sí mismo”, según el astrónomo Allan
Dresller.
¿Es que no
va usted a decir nada sobre el señor Monago y sus viajes hispano-africanos?
“Cómo quiere
usted que hable con un coco de la tierra, si voy hablando con Dios”, respondió
el señor cura, reconcentrado que iba, y recriminado que fuera por no dar las
buenas tardes a la vecindad. (Por supuesto, el libro me lo llevé en la maleta.)