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Exclusión social


                                    EXCLUSIÓN SOCIAL

                               Agapito Gómez Villa

      Asustado estaba el gobierno ante la inminente publicación, que al final salió la semana en curso, del informe de Cáritas, mi ONG de cabecera, dicho sea de paso, sobre la ingente cantidad de españoles que se encuentran en “riesgo de exclusión social”, que leído así de seguido cualquiera diría que hace cuatro días éramos la décima potencia económica del mundo. Aceptemos que hayamos descendido algún puesto en la lista de casi 200 países reconocidos por la ONU. Pues bien, si España es un país con tantísimas carencias sociales como dicen, ni imaginarme quiero cómo andarán los 180 que vienen detrás en la clasificación general de la liga de la pobreza mundial. Vértigo da mirar hacia abajo.

    ¿Es mentira lo de Cáritas? Qué va, seguro que los números son ciertos. Pero dos no es igual que uno más uno, dice Sabina, ese genio. La llamada “exclusión social” viene definida por unos criterios y el “riesgo” de caer en la misma también. Y esos criterios hay que aclararlos. De lo contrario, flaco favor hacen Cáritas por un lado, y los medios de comunicación por el otro, al lanzar tan tenebrosos mensajes sobre la miseria que nos envuelve por doquier: ¡sólo el 34% de los españoles está fuera de ese riesgo! Por otra parte: ¿a usted no se lo pone mal cuerpo cada vez que uno de la tele pronuncia lo de la exclusión social sin dejar de sonreír? Y aquí viene al pelo lo del evangelio: “Perdónalos, Señor, porque no saben lo que dicen”. Ni contarle quiero la leche que se me pone cuando hablan de otro aspecto de la cuestión: el incremento atroz de la pobreza infantil. Vamos, como si los niños fueran un colectivo autónomo con sus bienes propios y tal. A este respecto, me acuerdo de lo que nos contó el eminente cardiólogo, Valentín Fuster, que a su vez se lo había narrado su amigo Javier Solana, paseantes por Nueva York. Cuando fuera jefe de la OTAN, don Javier hubo de visitar numerosos países africanos, de los que están hundidos en la cola de la clasificación antes aludida, y el hombre venía horrorizado. Pues bien, de aquellos infiernos degradados, salvaba un bello recuerdo: la alegría de los niños. Lo dice sabiamente mi adorado Muñoz Molina: un niño necesita muy poco para ser feliz: un poquito de cariño y un cachito de pan. Y lo dice de otra manera el gran neurofisiólogo, Antonio Damasio: en los seres vivos sanos, la naturaleza no propende al estado ‘neutro’, sino que les regala la sensación de bienestar. ¿Puede ser considerado pobre un niño rodeado de cariño? Vamos anda.

   Presiento, ay, que los analfabetos de los telediarios, los de la “exclusión social” sonriente, ni han leído a Muñoz Molina ni mucho menos a Damasio. Ellos a lo suyo: les gusta más una desgracia que a un tonto una tiza. ¿Que no? A ver quién es el guapo que me explica por qué ha pasado cuasi inadvertida una noticia impresionante, ésta: España es ya el segundo país del mundo en esperanza de vida, detrás del Japón. Lo que quiere decir que estamos por delante de Alemania, Francia, Inglaterra, de los EEUU, ¡y de  Suecia y de Finlandia! ¿Tendrá eso algo que ver con la inmensidad de personas en riesgo de exclusión social que hay en España? Venga, que alguien me conteste.

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