Hoy, tenía pensado hablarles de la curación de Teresa Romero, rescatada in extremis del brocal de una muerte africana, y ya de camino congratularme con ella de sus palabras al salir del hospital: “Tenemos la mejor sanidad del mundo”, que se conoce que la mujer me ha leído en internet en los interminables días de agonía, que significa sufrimiento en griego, pues que eso mismo vengo yo diciendo hace siglos: si no la mejor, tenemos una sanidad de las mejores del mundo, vive Dios, gracias al sistema MIR, ese prodigioso invento que propicia que cada día España tenga mejores médicos (no me olvido de la enfermería, claro), que es lo único importante. Parafraseando a Arquímedes: “Dame médicos bien formados y moveré el mundo”. Que el titular del ministerio sea Celia Villalobos, la del caldito de huesos de vaca loca; Leire Pajín, aquella muchacha de su casa que el genial Zapatero elevó a ministra; o Ana Mato, esa pobrecita criatura a la que el ministerio le viene más grande que la chaqueta de su padre; o que el consejero de turno, en fin, sea un personaje digno de mejor causa, es de todo punto irrelevante.
Por ahí iba
a ir la cosa, ya digo. Pero mira tú por dónde, cuando ya lo tenía todo
pergeñado, salta como una traca de fuegos artificiales una noticia también africana,
qué casualidad, que las Islas Canarias, tan españolas, están en África, a mucha
honra, o sea: los numerosos viajes del señor Monago al archipiélago de mis
amores. Son tan gratos los recuerdos que uno conserva de cada viaje a Las Canarias, que puesto en la
tesitura del señor Monago, aún sin el poderoso y dulce reclamo de unas semilunas
deseadas y deseantes, tal que hubiera dicho J. R. Jiménez, de las que riman con
carretas, yo, les iba diciendo, habría viajado al archipiélago, no 32, sino 64
veces, como mínimo. Me encantan nuestras islas: un reducto del paraíso a tiro
de avión, y encima español. O sea, que entiendo al señor Monago, lo que pasa es
que no ha sabido explicarse. Yo en su lugar, lo habría dejado muy clarito: “Me
ha contado Agapito que los de su pueblo, cuando iban a Cáceres a sacarse una
muela, aprovechaban el viaje para comprarse unos zapatos. Lo mismito era lo mío
en mis viajes a Las Canarias: el primum movens (esto es del autor) de mi viaje
era sacarme una muela popular y senatorial, pero ya puesto, aprovechaba para
comprar unos zapatos, no para mí, sino para una señorita que me ayudaba en todo
de modo altruista, y ya se sabe que de bien nacidos es ser agradecidos”
(aplauso cerradísimo). Y ya, lanzado en plan Dani Rovira, ese pedazo de genio, en
su parlamento exculpatorio, podía muy bien haber quedado boquiabierto al
auditorio si hubiera recurrido a lo de Oscar Wilde, cuando dijo: “La mejor
manera de librarse de una tentación es ceder ante ella”. A ver quién es el
guapo que es capaz de cuestionar una cosa del genial Oscar Wilde. Nadie. “Y
además, voy a devolver céntimo a céntimo”. Y por último, unas palabras de ¡origen africano!: “Lo siento
mucho, me he equivocado, no volverá a suceder”. (aplauso cerradísimo).
Bueno,
Teresa, que estoy muy contento con tu curación y muy disgustado con tu visita
febril a la peluquería.