“Pepa
Fernández, una morenita guapa, brillante y veloz como un relámpago”, leí una
vez en alguno de los cientos de libros escritos por el profesor Marina: “un pensador
claro, ameno, sutil, personal, de prosa creadora, intencional y actualísima”
(Umbral dixit). Pepa Fernández no es otra, claro es, que la eviterna directora
de “No es un día cualquiera”, el programa matinal de los fines de semana de
Rne, que una vez más se emite desde algún lugar de Extremadura: Villafranca de
los Barros, esta vez. Con decir Pepa Fernández y José Antonio Marina, está
dicho todo. Me explico: vayan sustituyendo ustedes el nombre del profesor
Marina por el de cada uno de los colaboradores del programa y verán cómo salen
las cuentas. En efecto, se trata de una mujer, Pepa Fernández, lista como el
hambre, dirigiendo a un elenco de personas con un don común, el talento, cuando
no la genialidad (aquí hay que poner el nombre de Forges), y cuyo paradigma, ya
digo, es el admirado profesor Marina, cuyas palabras sobre Pepa me han venido
al pelo para comenzar esta columna (gracias, maestro).
Dijo
Jenófanes que para descubrir a un sabio hay que ser previamente sabio. Yo no
quiero decir que Pepa sea sabia, tampoco hay que pasarse, pero, desde luego, no
da puntada sin hilo a la hora de elegir al personal. Una muestra de lo que digo
es que ha devuelto al estrellato (fue a buscarlos al cementerio) a tres genios
de la comunicación, tres señores que retrasmitieron en directo el entierro de
Cervantes, cuya huesa acaba de ser removida, que no identificada: José María
Íñigo (no necesita presentación: él es la comunicación), José Ramón Pardo (veloz
como un rayo) y Andrés Aberasturi, que “lleva dentro, reprimido por la timidez
literaria, un escritor en la línea de Woody Allen, que todavía tiene que dar
mucha prosa” (el mismo Umbral de antes). Ítem más: para hablarnos del latín, Pepa
no eligió a un latinista cualquiera, no; eligió a un profesor, Emilio del Río,
capaz de demostrarnos lo que parecía imposible: que el latín es una lengua
viva, vivísima. Ah, que no se me olviden dos nombres inolvidables: Pancracio
Celdrán, de oceánica erudición, y Javier Schopenhauer, perdón, Javier Sádaba, un
filósofo entendible.
Es que es
muy difícil, por no decir imposible, hacer un programa de cinco horas sin que
decaiga en ningún momento la brillantez de los intervinientes. Eso lo consigue
Pepa Fernández. Desde el que nos “despierta” con la música, hasta el que nos
despide con la otra música, Pardo y compañía, pasando por la climatología/meteorología,
la prensa con acento italiano, la economía, la cocina, la comunicación, los
estudios sociológicos del otro Toharia, “las palabras moribundas”, la
interesantísima tertulia (“no hay temas menores, sino tratamientos menores”,
dijo M. M. Ferrand), los muertos de Nieves Concostrina, los deliciosos “cuentos
para Ulises” y por ahí seguido, que me perdonen los que no caben.
Uno, claro
es, tiene sus debilidades. Y éstas no son otras que dos hombres de ciencia: Manuel
Toharia, un científico y divulgador de la talla de Carl Sagan, yo sé lo que me
digo; y Joaquín Araújo, nuestro Joaquín Araújo: digo “nuestro” porque su pasión
por Extremadura, por su naturaleza, no tiene parangón. Sería premio Nobel si
hubiera un Nobel sobre Ecología.
Yo también
te quiero, Pepa.