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Que no me voy


   A Marte. Al planeta me refiero, claro. Que es muy distinto de ‘amarte’. Y digo muy distinto porque Marte nunca tuvo nada que ver con el amor, que para eso está Venus, sino con la guerra, actividad de la que fue nombrado nada menos que dios, el dios de la guerra, nominación en el que algo tuvo que ver su color, el rojo, adjetivo por el que es también conocido, el planeta rojo, color que no soy capaz de ver ni por el forro, ni en vivo ni a través del telescopio que tengo en la terraza de mi pueblo. Seguro que a mí me pasa con Marte lo mismo que al personal con el vestido ése tan famoso, que unos lo ven/vemos dorado y blanco y otros blanco y azul, de donde se deduce una vez más que el cerebro es la madre (o el padre) de todos los corderos, o sea, de todas las percepciones.

  Que no me voy, como tenía pensado, a Marte, a pesar de lo exultante que estoy con el último y recientísimo descubrimiento de la NASA: durante un tercio de su existencia, unos mil quinientos millones de años, quinquenio arriba o abajo, Marte tuvo agua suficiente para cubrir toda su superficie, que era lo único que le faltaba a mí desbordante fascinación por la ‘biografía’ de nuestro vecino, y nunca mejor dicho lo de biografía, historia de la vida (de una persona), pues que nada me asombraría más que algún día fuese descubierto algún vestigio de vida, presente o pasada, en el ‘presunto’ planeta rojo. Si así sucediere, las implicaciones serían de tal magnitud, que supondrían una revolución copernicana (nunca mejor traído: Copérnico es “uno de los nuestros”) en la visión/explicación de nuestra existencia en el cosmos.

   Tomen nota.

   Si ya es milagroso (“El quinto milagro” se llama la obra del físico Paul Davies, que ha convulsionado mi pasión por el origen de la vida, gracias, profesor Villanueva), si ya es milagroso, quería decirles, que la materia inerte pudiera llegar a producir un ser vivo (hoy por hoy, no hay manera de explicarlo), ya sería de todo punto casi imposible que la vida hubiese surgido dos veces en el sistema solar, de donde se deduciría, ahí es nada, que con toda seguridad, la vida viajó de Marte a la Tierra, o viceversa, en un meteorito: en un meteorito como el que en 1996 fuese encontrado en la Antártida, el ALH84001, en el que se atisban vestigios de vida primigenia, muy primigenia. ¿Y si la vida pudo ser trasportada entre Marte y la Tierra, por qué no pudo llegar a nuestra casa desde los confines del universo?

   A Marte tenía pensado viajar, ya digo, huyendo de las cientos de campañas electorales que asoman por el horizonte. Pero a la vista de lo último, he decidido quedarme. ¿Que qué es lo último? Hombre, salta a la vista. El extraordinario nivel dialéctico de nuestros políticos. En efecto: nada más escuchar las primeras alocuciones de los candidatos a la presidencia de Andalucía, me dije: esto no se lo perdería Aristóteles. Perdón por la comparanza, pero si Aristóteles, autor de “La Política”, tratado de filosofía sobre el particular, no se perdería la campaña electoral de Andalucía, este cura se queda en la Tierra. Marte puede esperar.           

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