El
profesor Monedero se ha ido, nadie sabe por qué ha sido.
Eso es lo
que hubiera dicho, de haberse dedicado al columnismo, don Antonio Machado, que
hasta Neruda se refiere a él como don Antonio. ¿Sería por su condición de
catedrático? No creo. A otro gran poeta, Gerardo Diego (“La novia de manos
ojivales da de comer a las estrellas”), que también fuese catedrático, le llama
Gerardo, o Diego, simplemente. Bueno, a lo que íbamos. Ya tenemos tres
profesores en bandeja: uno de universidad y dos de instituto. Por cinco euros:
díganme cuál es el universitario. En efecto, ¡Juan Carlos Monedero! Ahí tiene
usted sus cinco euros. Pues sí, don Antonio Machado y Gerardo Diego, excelsos
poetas, fueron catedráticos de instituto, que al menos el nombramiento del
primero lo he visto yo en una vitrina en Baeza. ¿A ustedes no les parece raro
que el señor Monedero sea profesor de universidad y los otros dos de instituto?
Oiga usted, es que antes un catedrático de instituto era un señor de muy grande
talla cultural. Para que ustedes me entiendan, eran como José Antonio Marina,
otro que tal baila. No sabía yo que el profesor Marina se dedicase al baile.
No, lo que quiero decir es que el pensador, escritor, ensayista,
conferenciante, investigador, José Antonio Marina, también es catedrático de
instituto. Ahora entiendo. ¿Puedo ya empezar a maldecir? Maldiga usted todo lo
que quiera.
Malditos
sean por los siglos los que se cargaron el cuerpo de catedráticos de instituto.
Muy bien
dicho.
Uno no fue
alumno de don Antonio Machado (fui alumno de otro Antonio, don Miguel Antonio,
el más grande profesor de matemáticas), ni de Gerardo Diego (sí de otro
Gerardo, don Víctor Gerardo, que me inyectó en vena la pasión por la cultura),
ni tan siquiera de José Antonio Marina, ay, pero tuve media docena de
profesores, instituto El Brocense, que le daban cien vueltas al profesor
Monedero, que ya lo dijo el Maestro: “Por sus obras los conoceréis”, y al señor
Monedero la única obra que yo le conozco es haber querido defraudar a Hacienda,
intentando esconder los miles de dólares cobrados por asesorar a un régimen
impresentable como el de Venezuela, gobernado por sendos personajes dignos de
José Mota: uno muerto y otro vivo. Lo primero, se lo perdono: lo de Hacienda,
que ya nos cruje lo suficiente. Lo que no le perdono es lo segundo: el apoyo a
una atrabiliaria dictadura que, so capa de igualitarismo, ha sumido a su país
en la miseria.
Intelectual
le ha llamado Pablo, qué Pablo va a ser. Y entonces me ha entrado la risa. Si
Monedero es un intelectual, yo soy Hipócrates y Galeno y Cajal juntos. Aunque
pensándolo bien, el kilo de intelectual está hoy tan barato, que hasta Miguel
Bosé firmaba como tal en los manifiestos de antaño. Es que yo creía que
intelectuales eran Ortega, Unamuno, Marañón, Pérez de Ayala, Julián Marías,
Fernando Savater, J. A. Marina y gente por el estilo. A no ser que intelectual
sea sinónimo de escritor que apoya a una repugnante dictadura, tal que hicieran
ciertos señoritos, tras los cristales de un café parisino, Sartre a la cabeza,
cuando ya se conocía en qué había devenido el “paraíso de los trabajadores”. ¿Te
acuerdas, Juan Carlos?