Cito mucho a Joaquín Sabina porque, aparte
de haber creado medio centenar de canciones que ya forman parte, y para
siempre, del acervo cultural del anchuroso mundo hispano, desde rio Grande a la
Tierra de Fuego, además de España, claro, es un tío muy listo, listísimo y con
una gran cultura literaria, no en vano es licenciado en letras. Por razones
parecidas, cito mucho a Umbral y a Neruda y a García Márquez, y a Borges, y a
Muñoz Molina, y a Albert Einstein,... Digo esto porque hay gentes que por el
hecho de que el cantante tuviese una época en la que se metía de todo (a los
escritores alcohólicos, que son legión, no les riñen ni nada), le niegan por
principio el pan y la sal. Ah, y también porque siempre anda jugueteando con la
izquierda más izquierda; vamos, como si Alberti dejase de ser un poeta
asombroso por su adscripción comunista. Pues se van a tener que comer su pan y
su sal, porque cuando Sabina se muera, será elevado a lo más alto de los
altares laicos. El que viva lo ha de ver.
A lo que íbamos.
No saben ustedes las ganas que tenía de
hincarle el diente al asunto: la música de la llamada movida madrileña y
aledaña. Cada vez que me he echado a la cara el ‘Ochéntame’ ése, me daban ganas
de salir corriendo y empezar a escribir que la música del aquel tiempo es una
verdadera bazofia, una basura infecta (¿alguna excepción?). Por si me faltaba
algo, lo pude comprobar un día navideño en que, en cierto programa de
televisión, al tiempo que ponían la caspa musical de la mentada movida,
emitieron también música coetánea de Italia, Reino Unido, Francia y EEUU. Fue
tan grande el contraste que me dieron ganas de llorar, de alegría, por
supuesto: los acontecimientos me estaban dando la razón. Y en ésas he estado, esperando
el momento de saltar sobre la pieza. Hasta que la otra noche, al abrir el libro
sobre Sabina, “Perdonen las molestias”, lo primero que me encuentro es esto:
“La música que se ha hecho en España en los últimos años es una infamia. Y las
letras parecen hechas por futbolistas después de un partido”. Total, que salté
de la cama (leo en la cama), gritando como un poseso, cual Arquímedes loco,
¡eureka¡, ¡eureka¡ El susto que se llevó mi santa se lo pueden imaginar.
Pero Joaquinito (“No seas malo, Joaquinito”,
dice en cierta canción) no sólo me dio hecho lo de la bazofia musical referida,
sino que me puso en bandeja algo no menos importante: “Las letras parecen
hechas por futbolistas después de un partido”. Toma ya. Yo no he visto nunca nada
tan patético, tan vacuo, tan idiota como esas entrevistas que les hacen a los
futbolistas a pie de campo. Si ya de por sí la mayor parte de ellos con
incapaces de hilvanar dos palabras seguidas con sentido, con la extenuación postpartido,
la cosa raya en lo demencial. Nada que ver, sin embargo, con esto otro, tan de
actualidad: las entrevistas a los ciclistas, recién cruzada la meta, jadeantes de
aire y de glucosa. Ahí tendría que intervenir el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos. Malditos sean por siempre esos entrevistadores.
Gracias, Joaquinito.