Vaya por delante que no se me ha olvidado lo
de Cela: “Cuando en un sitio huele mucho a algo, el secreto no es oler más,
sino oler a otra cosa”. Pero hoy, a pesar de que no se habla de otro asunto, me
resulta mentalmente imposible no escribir sobre la noche de los “fusiles
largos” parisina (me dormí de madrugada con los auriculares puestos). Para
empezar, imaginemos que Ortega hubiera nacido en Francia.
Si
Ortega hubiese sido francés, sería considerado por sus conciudadanos como uno
de los más brillantes pensadores de la historia, y por tal, tanto ayer como hoy
todos los columnistas del mundo, el occidental, claro, para ilustrar sus
reflexiones sobre la horrenda masacre de París, principiarían hablando de unas
palabras del gran filósofo, proféticas a la postre, publicadas en 1937, en uno
de los varios prólogos que hiciera para presentar en sociedad su obra más
célebre, “La rebelión de las masas”, y que en su día ya fueran recogidas en
estas páginas por este humilde columnista de provincias: “¡una sacudida del
gran magma islámico!” (las interjecciones son mías). Pero don José no sólo no
es francés, sino que, habiendo sido el pensador más relevante de su tiempo,
años atrás –no sé ahora- ni se le mentaba en la universidad de la Sorbona. De
haberlo sido, hoy los franceses le estarían citando sin cesar y tal vez
rasgándose las vestiduras. Es que no se puede tener más puntería. En efecto, ahí
tienen ustedes la más convulsa de las sacudidas, en el mismísimo corazón de la
Europa de la civilización y la cultura, París (les recuerdo que nosotros ya
tuvimos ración y media, aquel funesto y no aclarado 11-M). Pero si faltaba algo
para el euro, ¿a que no se imaginan a quién va dedicado el prólogo en cuestión?
¡A los franceses!
“Bueno, ¿y qué?”, se preguntará más de uno. Está
clarísimo. Que la preterición (también se podría llamar menosprecio) de Ortega de
parte de la cultura francesa no deja de ser una más de las múltiples
pretericiones que los españoles hemos merecido de los franceses. Se lo voy a
decir de otra manera: lo de Ortega es a la cultura, lo que la eta a la
política. No sé pueden suponer la satisfacción que me produce la oceánica ola
de solidaridad (soy un afrancesado de la cultura) que el mundo civilizado en
general y de España en particular está mostrando al pueblo francés. Pero no se
me olvida que durante años la eta recibió el mismo trato que Ortega: quiero
decir que la sociedad francesa hizo la vista gorda (el burladero le llamó
Damborenea) ante los cientos de españoles ejecutados por el terrorismo etarra,
cuya sangre derramada era muy parecida a la de las víctimas del viernes.
Pero siendo impactante ‘per se’ lo de “la
sacudida” islámica, más asombroso es el contexto en el que lo dice. Se lo
aclaro.
Como un solo hombre ha respondido Europa toda
ante tan pavorosa masacre. Pues bien, vean ustedes dónde incardina Ortega su
‘profecía’: “La ocasión que lleve súbitamente a término el proceso de creación
de los EEUU de Europa puede ser cualquiera: por ejemplo, la coleta de un chino
que asome por los Urales o bien una sacudida del gran magma islámico”.
Mandamases de Europa: déjense de gilipolleces
nacionalistas.