Anteayer, un juez juicioso arregló,
providencialmente, el entuerto creado por el gobierno, o la federación del
fútbol, o la UEFA (UEFA a secas para comentaristas deportivos), o los tres, tanto da, al
prohibir, en la final de la copa del Rey, las gloriosas banderas
independentistas catalanas, ayer estrelladas (de estrellar: “fracasar en
una pretensión por tropezar contra un obstáculo insuperable”, 5ª acepción del
DRAE), hoy felizmente estrelladas/esteladas (“sembrar o llenar de estrellas”,
3ª acepción). Lo cual que, esta noche, el estadio Vicente Calderón estará
constelado de estrellas, así en el cielo como en las gradas, las azulgranas,
claro. Amables lectores: ¿Hay por ventura algo más bellamente poético que las
estrellas? No ha nacido poeta que no las haya usado para abrillantar sus
versos, con rima o sin ella. Hasta el mismísimo Cid Campeador, sin ser poeta,
tiró de ellas para arengar a los suyos: “¡Adelante, amigos míos, al destierro:
descansaremos esta noche bajo las estrellas!”. Es que el Barcelona, Barça para
iniciados, representa hoy más que nunca el espíritu colectivo de una nación sin
estado, sí: después del Atleti de Bilbao, el gran equipo catalán jamás tuviera
en sus filas tanta sangre autóctona; todo lo contrario que el Real Madrid, que
hay veces que sale al césped un solo español, Sergio Ramos, que, a menos
perder, a fuer de racial vale por cuatro.
En efecto, si el Barça repitiese esta noche la alineación que venciese
el otro día en Granada, siete de los once jugadores que salten al terreno de
juego, son nacidos y criados en Cataluña, perdón, Catalunya, principiando por
la formidable tripleta goleadora, la MSN (forzado acrónimo para emular a la BBC
del Madrid), que son los que cada partido enardecen de catalanismo al respetable
con sus raudales de goles, o sea: Messi, Suárez, Neimar. Veamos.
Lionel Messi, nacido en Cardona, el pueblo del gran cardiólogo Valentín
Fuster; Luis Suárez, natural del Prat de Llobregat, de padres provenientes de
Garrovillas de Alconétar, como Jordi Évole y su primo Jordi Hurtado, el del
eviterno “Saber y ganar”; Neimar da Silva Santos, natural de Orgañá, perdón,
Organyá, bello pueblo del pirineo leridano en donde mi padre pasara todo el
frío del mundo, cuando la mili de tres años: “Nosotros, hijo, no entendíamos lo
que hablaba aquella gente”. Con ellos, con los tres goleadores de la tierra, ya
sería suficiente para avivar hasta la exultación el sentimiento catalanista.
Pero no queda ahí la cosa: cuatro jugadores más, de los habituales, son tan
catalanes como los citados, a saber: Ter Stegen, el portero: como su propio
nombre indica, es nacido y criado en Girona; Dani Alves, de los Alves de
Sabadell de toda la vida; Mascherano, apodado el jefecito, nació en Palafrugell;
Rakitic, nacido y criado en Mataró. La proporción de catalanes sube varios
enteros si añadimos los que iniciaron el partido de Granada en el banquillo,
alguno de los cuales intervendría más tarde: Arda Turan, nacido en Igualada;
Rafinha, Rafael Alcántara do Nascimento, natural de San Feliu de Guisols; y por
último, Jérémy Mathieu, tarraconense de pura cepa. Ni que decir tiene que todos
ellos tienen el catalán como primera lengua.
Con estos/as mimbres, que de las dos formas se puede decir, la
prohibición de las esteladas hubiera sido un despropósito de lesa catalanidad. (“Sevilla
tiene un sabor especiaaal”, léase cantándolo).
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