Sí, ya sé que hoy sábado, cuando escribo,
se juega la final de la Copa de Europa ¡entre dos equipos de Madrid!; que van a
ser procesados por los ERE, putrefactos ya, Chaves, Griñán y Magdalena Álvarez,
aquella ministra que, en un alarde de 'florentinismo' (de Florencia, no del
presidente del Madrid), dijo con su proverbial fineza que a Esperanza Aguirre
había que colgarla de la catenaria del AVE; que Barcelona está ardiendo, como en
una repetición de lo que José Luis Sert, el gran arquitecto, decano que fuera
de la universidad de Harvard, nada menos, le contase a Manuel Vicent:
"siendo yo niño, desde la terraza de mi casa vi cómo Barcelona ardía por
los cuatro costados", primeros años del siglo pasado. Sé todo eso y
algunas cosas más, pero para dichos asuntos ya hay miles de comentaristas, los
profesionales, con los cuales, los aficionados no estamos en condiciones de
competir; así que, dicho lo cual, a otra cosa, mariposa.
A mí me extrañaba mucho, cada vez que lo
escuchaba, que a los rusos les encantase el Quijote, que a los japoneses tres
cuartos de lo mismo, y así una larga lista. Y yo me decía: cómo puede ser eso
posible si yo no conozco a nadie que se lo haya leído entero (Umbral, que como
crítico literario no tiene precio, dice que Cervantes escribió el Quijote para
hispanistas). Yo me lo leí, por obligación, a los dieciséis, y por más que lo
he intentado otras muchas veces, he sido incapaz de repetir la 'fazaña'; lector
de cama que es uno, no era cosa de levantarse a consultar el diccionario a cada
nonada, a 'ca noná', que decía mi madre. Más hete aquí que un buen día me di
cuenta del secreto: que todos les países donde dicen que gusta el Quijote
tenían una cosa en común: ninguno era/es de habla hispana. ¡Ángela María!, me
dije: los 'quijotistas' de lenguas bárbaras lo leen traducido, con lo que les
dan un Quijote 'actualizado' y por tanto, comprensible para cualquier ciudadano
mínimamente interesado por la obra.
Pues bien, se conoce que alguien le hizo
llegar mi reflexión, ustedes disimulen, a don Andrés Trapiello, todo erudición
y talento literarios, "Las armas y las letras", y el buen hombre se
puso manos a la obra. Y aquí tenemos el resultado: luego de catorce años de concienzudo
trabajo, nos ha regalado un Quijote "puesto en castellano actual íntegra y
fielmente". Total, que lo compré hace dos días y ya voy por la mitad. Toda
una delicia, oiga. Pero no crean ustedes que el libro pierde ni un ápice de su
sabor cervantino, no: ese importantísimo aspecto queda indemne, que no en vano
estamos hablando de un hombre, Trapiello, cuyo conocimiento de la materia es
absoluto. Fíjense si ha procurado ser fiel al original, que comienza con el
prodigioso "En un lugar de la Mancha,..", cuando bien pudiera haber
escrito "En un lugar de Mancha...", tal que hubiera hecho un
periodista de los que dicen ufanos: "según Zarzuela", "según
Moncloa", etc. En una palabra: el Quijote de Trapiello ya ha recibido incluso
la bendición de un premio Nobel, el compañero sentimental de Isabel Preysler,
lo cual no es ninguna tontería (ser novio de dicha señora; premio Nobel lo
puede ser hasta Echegaray).