El otro día, decía yo que si un tío feo y
desagradable como Monedero dijera alguna majadería como aquella de Tania
Sánchez, lo de los miles de españoles que iban a morir de hambre y tal, le
pondría a caer de un burro ipso facto. Hoy, dos semanas después, tengo motivos
para decir todo lo contrario. Verbigracia: su asombroso descubrimiento sobre
una de las más graves consecuencias de la Santa Transición, que bautizara Umbral,
a saber: la muerte de un hombre a manos del todoterreno borracho de Ortega Cano,
en la serranía sevillana: “Lo peor de la Transición
es que habilitó a sinvergüenzas para obrar con impunidad. Como cuando un torero
borracho mata también a gente (sic)”, ha dicho el profesor (aunque no lo
parezca, es profesor), en referencia al libro, “Vida y muerte de Carlos Parra”,
que sobre el trágico particular ha escrito la periodista Susana Falcó.
Es que hay que hilar muy
fino, finísimo, para llegar a esa asombrosa y sabia conclusión. Deducir tal
cosa desde la más pura intuición, se me antoja la obra de una mente prodigiosa.
Hombre de letras que es, no creo que conozca la obra de Laplace, extraordinario
físico y matemático francés, a pesar de ser marqués, al cual se le atribuye la
primera formulación exacta del determinismo científico: “Dado el estado del
universo en un momento dado, un conjunto de leyes determina completamente tanto
el futuro como el pasado”. Existe, empero, otra posibilidad, mucho más probable:
que Juan Carlos Monedero, haya tenido acceso a las grabaciones de la reuniones
secretas de los artífices áureos de la Transición (yo tengo una copia): el rey
Juan Carlos, Carrillo, Suárez y Torcuato Fernández-Miranda. En efecto, en una
de aquellas tenidas (así llaman a lo suyo los masones), Carrillo dijo: “Tenemos
que tener en cuenta una cosa, que si hacemos las Transición de esta manera,
estamos propiciando que un día un torero se emborrache y se lleve por delante
con el coche a un inocente”. “Sí, es un riesgo que corremos. Pero si alguna vez
sucede, no creo que nadie sea capaz de relacionarlo con nuestras decisiones”,
dijo Suárez. A lo que el rey, que había estudiado algo de física en la Academia
Militar de Zaragoza, añadió: “Quién sabe. Siempre puede haber algún avispado que
sea capaz de averiguar, usando el determinismo científico de Laplace, que la
muerte de un señor a manos de un torero jateado sea culpa nuestra”. “Estoy
totalmente de acuerdo con su majestad, pero, como diría Ortega, la Transición
debe seguir adelante tal cual la hemos diseñado”, remató don Torcuato.
¡Ortega! Ahí podría
estar la clave de la portentosa deducción de Monedero, en el caso de que haya
tenido acceso a las grabaciones. Monedero, profesor de ciencias políticas, sabe
muy bien que el filósofo se llama José Ortega. “¡Como el torero!”. Y tirando
del hilo (a mí, ni se me había pasado por la cabeza), habrá llegado a tan
asombrosa conclusión.
Monedero, eres un
ingeniero, perdón, un genio. Sea por intuición, sea por grabación.
(Post scriptum: me
reitero en mi criterio sobre la permanente manipulación/tergiversación en que
vive instalada la prensa escrita. El viernes se casó Paquirrín, oiga, Paquirrín, una figura
señera de nuestra patria, y ningún periódico generalista lo recoge en portada.
De vergüenza. Sólo TVE nos salvará del desastre informativo).