LA GENTE GUAPA
Agapito Gómez Villa
“Todo
se le perdona a la gente guapa”, dijo uno de Hollywood, de cuyo nombre no puedo
acordarme. ¿Que no? No me diga que usted no le perdonaría todo a Angelina
Jolie, ahora que la pobre se ha quedado sin Brad y sin Pitt. Por esa misma
razón yo perdoné en su día a Tania Sánchez cuando dijo aquella barbaridad: “Un
cuarto de la población de España puede morir de hambre en los próximos años”. Si
aquello lo hubiese dicho un tío feo, Monedero un suponer, me hubiera faltado
tiempo para llamarle de todo: tramposo, mentiroso, demagogo, sinvergüenza y por
ahí seguido. Es que, señora Tania, otra cosa no, pero comida hay para alimentar
un regimiento: ¡el 40%, ay, va a la basura!, tal que acaba de ser publicado.
Dice Arcadi Espada, batallador periodista,
que en España se hace un mal periodismo porque los profesionales no se
preocupan de echarles a la cara a los políticos, datos en la mano, la ingencia
de cifras mentirosas que se inventan con tal de meterle el dedo en el ojo al
adversario (el ministro Solbes, por si acaso, se presentó a un debate de la
tele, parche ocular ya prevenido, que hubiera dicho Lorca: tal fue la sarta de
embustes y trampas que adujo, cartulinas en mano). Por lo visto, alguien se ha
dedicado a jugar al “vamos a ‘buscar’ mentiras” y se ha encontrado que en el
último debate de investidura apenas se aportó un dato correcto.
A la gente guapa se le perdona todo, ya digo.
Excepto en la cosa política, que parece como si todos los de dicha profesión (es
una profesión), fuesen Angelinas ellas y Brad ellos, a juzgar por el trato que
reciben. Aunque digan sandez tras sandez. Sólo hay que asomarse a las soflamas
de cualquier mitin. Vergüenza siento, cuando no desprecio (nos tratan como si
fuéramos gilipollas) cada vez que oigo a cualquier político hablando desde una
tribuna, mayormente cuando, en el ensayado fragor mitinero, se le dispara el
verbo de magnificar desgracias: el paro, la corrupción, la reforma laboral, el
desmantelamiento del estado del bienestar, la sequía, los terremotos, la
pobreza infantil (como si los niños fueran autónomos), los recortes en sanidad.
Alto ahí, demagogo insidioso. Con recortes incluidos (más bien sin tantísimos derroches),
la sanidad española continúa siendo de lo mejorcito del mundo: no lo digo yo,
lo afirman prestigiosas instancias foráneas. ¡Cómo, si no, íbamos a ser los
campeones mundiales en el difícil y costosísimo terreno de juego de los
trasplantes! Sólo por eso, el señor Pablo debiera (filólogos: ¿debiera o
debería?) permanecer calladito: a su padre le fue trasplantado un riñón no ha
mucho. A no ser que esperase que le implantasen dos, que del analfabetismo
funcional se puede esperar cualquiera cosa.
En suma, que si los señores periodistas, me
refiero a los grandes creadores de opinión, más bien creadores de la realidad
(lo que no sale en la tele, no existe), no tratasen a los políticos como si
fueran primas donnas, a cuento de qué iban a tratarnos ellos a nosotros como si
fuéramos subnormales. Menos mal que siempre nos quedará Tomás M. Tamayo. Ah, y
Carlos Herrera, que el otro día le aplicó el “desfribilador de tontos”, genial
invento, a la alcaldesa de Madrid.
Angelina: yo te perdono.