Cuando muchacho, no hace tanto, ajeno que
vivía a todo lo que no fuera estudiar para mantener la beca, estaba convencido de
que las autoridades (entonces no había ‘políticos’), eran todas, por definición,
personas de talento, de indiscutible instrucción, de indubitable honradez y de
contrastada competencia: la autoridad ‘competente’ se decía. Lo cierto y verdad
(sería cosa de la propaganda, no digo yo que no), es que aquellos señores tan
atildados, de bigotito recortado, me trasmitían una cierta seguridad. Es el
caso que, hoy, perdida aquella tranquilizante ‘virginidad’ juvenil, y con la
conciencia de que las autoridades actuales no me parecen lo mejor de cada casa,
salvo felices excepciones (Liere Pajín, Ana Mato et al.), me veo en la
obligación moral de prestarles mi desinteresada ayuda, pues que sólo me mueve
el bien de mi país: España, ¿pasa algo?, el mejor del mundo para mí, y más
ahora que me he venido arriba, releyendo que estoy a Quevedo, genio supremo.
Resulta que el otro día, me di, de manos a
boca, con unas imágenes, en la tele, claro, cuya primera impresión (‘sensación’
dicen a todas horas los del fútbol) fue de contento, pues que contento era lo
que trasmitían: un numeroso grupo de jóvenes de color, exultantes de entusiasmo,
torsos subsaharianos al viento, dibujando ante las cámaras la V de la victoria.
¡Cuán gritan esos negritos!, me dije, recordando al clásico. Habrá ganado su
equipo la supercopa de África, añadíme para mis adentros (aún no había ganado
el Madrid al ‘Mouriño United’; es impresionante las pasiones que nuestros dos equipos
punteros levantan en el vecino continente). Poco tardaría en enterarme de tan
vigorosa alegría: los muchachos acababan de salvar los controles de entrada en
Ceuta, perdón, ciudad autónoma de Ceuta, cuya frontera hubo de ser clausurada
temporalmente ante la amenaza de nuevas avalanchas.
¿Que dónde está mi ayuda? Hela aquí. Ante el
considerable número de individuos (no me sale lo de conciudadanos, y menos lo
de compatriotas) que se dedican a poner a escurrir, cuando no a insultar a
España, ¿verdad, José Manuel Soto?, esos a los que la bandera y el himno
nacionales les provocan náuseas, y nos llaman casposos y otras lindezas (“el
español es el idioma de las chachas” dijo uno; verbigracia, Neruda y García
Márquez: alabado sea el Señor), quería decirles que yo no desaprovecharía la
energía que atesoran los odiadores de lo español. En efecto: haría una convocatoria
pública, invitándolos a acudir a las fronteras de Ceuta y Melilla, autobuses y
bocadillos pagados, más 40 euros, como cuando Franco (así fui yo por primera
vez a Madrid, en tren, 1969), capitaneados por Guillermo Toledo, claro está (a
este hombre le ha sentado fatal el Willy), con el fin de que, megafonía a tope,
proclamen a los cuatro vientos norteafricanos la inacabable sarta de desastres
que asuelan al país al que tanto asco profesan: paro millonario, desigualdades
sociales, niños pobres (no dicen nada de los padres), asesinato machista
hebdomadario, políticos corruptos, toreros asesinos, ciclistas muertos,
incendios provocados, turismo asfixiante… ah, y todo lleno de fascistas que no
permiten la autodeterminación de los pueblos, Miguel Bosé a la cabeza, que no
sólo canta fatal, según Guillermo, sino que es “un fascista de toda la vida de
Don Benito”, que digo yo que qué coños tendrá que ver Don Benito en el asunto.
¿Ustedes creen, de verdad, que después de eso
a algún morenito africano le quedarán ganas de asomarse siquiera a España?
Vamos anda.