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EL ETARRA EXTREMEÑO

                                                       
                                          
  El “etarra extremeño” le han llamado los medios de comunicación. Imagino cómo le habría sentado en vida. Cámbiate el nombre: por lo visto, su nombre de pila era Pedro (ya me extrañaba a mí que un niño nacido en Almendralejo fuese bautizado como Kepa); foguéate en las categorías inferiores, la Kale Borratxa, o como se diga; hazte, luego de muchos méritos subalternos, del komando Bizkaia, toma ya; participa en la muerte, perdón asesinato, de unos cuantos inocentes; pásate una pila de años en cárceles ‘españolas’; para que, al final, caído en acto de servicio (haciendo deporte) los periódicos españoles te llamen el “etarra extremeño”.
  Sí, ya sé que los muertos merecen un respeto, y también su familia, claro, pero no me digan ustedes que es faltar al respeto el comentar mi asombro ante la biografía de Kepa del Hoyo Hernández, etarra nacido en Almendralejo, población vasca donde las haya. Imagino lo que “Pedro el extremeño” hubo de trajinar en pos de la causa, hasta hacerse considerar “uno de los nuestros”, quiero decir uno de los suyos.
  Yo creía que ya lo había visto todo a este respecto. Lo conté en su tiempo: siendo yo médico del entonces Centro de Cumplimiento para Jóvenes, Cáceres II, (jóvenes de toda España,  relacionados en su mayoría con el mundo de las drogas, jóvenes entre dieciséis y veintiún años), un día me dijo el auxiliar de clínica: “Nos ha entrado uno nacido en un pueblo de aquí, pero viene del País Vasco”. Es que apenas había internos cacereños. Al día siguiente, en la consulta: “Éste es el paisano”. Yo, haciéndome el simpático, le dije: “En tu pueblo ha estado mi mujer cinco años de maestra”. Y él, ni sangre. “Qué, ¿alguna cosita relacionada con las drogas”, añadí. “De eso nada”, respondió, sacando pecho con la voz: “Colaboración con banda armada”. Tenía una pinta de terrorista de garrafón que daba miedo. Había nacido en Alm…oharín, otro pueblo de enorme raigambre euskalduna, como se sabe. Es que nunca me pude imaginar, cuando hube de atender, como médico de urgencias de Cáceres, a las jovencísimas viudas (una de ellas a punto de dar a luz) de sendos guardias civiles recién asesinados por los amigos de Pedro, que hijos de extremeños que se vieron obligados a emigrar a las Vascongadas, pudiesen haber contribuido al asesinato de otros extremeños, obligados a “emigrar” asimismo. Siempre pensé que aquéllos serían destinados a tareas auxiliares. No iba yo muy desencaminado: en “Patria”, la biblia de Aramburu sobre el mundo etarra, no aparece ningún terrorista maqueto. Pues no señor: llega Pedro y se coloca al mismo nivel que los judíos que conseguían los galones de capo en los campos de exterminio. Nada nuevo bajo el sol, pues.
  Y para acabar, lo de Otegi, el “hombre de paz” del pacificador de Venezuela: Zapatero, o sea. Otegi se ha negado a considerar como muerte natural lo de Pedro: “Le han matado tras años de encarcelamiento y dispersión”. No ha podido decir otra cosa, el pobre. Sabe por propia experiencia que el sistema penitenciario español es el más racional que existe: “¡su celda era un oficina!”. Ah, y muy bien por las honras al difunto: verdadero punto de inflexión entre las especies ‘homo’ y nuestros parientes los monos antropoides. Un respeto a la encefalización, asombroso enigma, afirmo.  
 


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