Y dijo Rajoy: “Al terrorismo se le vence
con unidad institucional”. Calle usted. Eso no sirvió, cuando la hubo, ni para
la eta, que a pesar de tratarse de un terrorismo radicado en un pequeño territorio,
duró cincuenta años. Así que ni unidad
institucional, ni “Faisán”, ni leches: la eta escribió su epitafio cuando
Francia dijo basta: el día que un etarra subnormal, bendita subnormalidad, mató
a un gendarme, al respecto de lo cual, escribí que qué bien nos hubiera venido
(entiéndaseme) que lo hubiesen matado unos años antes. Les decía que si aquello
no sirvió para combatir un terrorismo doméstico, si bien con la parte francesa
del País Vasco como “burladero” (el único etarra vasco-francés que conozco es
el imbécil de Parot, argelino de nacimiento para más inri), a ver quién es el
guapo que le pone el cascabel a una guerra de religión extendida por todo el
orbe. ¿O no?
Sí, ya sé que todos los islamistas no son
terroristas, faltaría más, pero sí que todos los yihadistas son islamistas, y
por tal, todo el que muere en nombre de la Yihad (¡guerra santa!) cuenta con el
premio gordo súbito y eterno, el paraíso, que ésa es, sí, la madre de todos los
corderos. ¿Ustedes creen que si los yihadistas no tuviesen las neuronas lavadas
con ‘Perlán’, perdón, por el Corán, se iban a inmolar, o dejarse matar, con
tantísima facilidad? Vamos anda.
Por ahí habría, pues, que empezar.
¿Cambiándoles su credo religioso? Qué va, hombre; qué va, mujer. Eso es
imposible/impensable, al menos en los próximos quinientos años. Qué hacer,
entonces. Veamos. ¿Dónde creen que están ya los cinco individuos abatidos en
Cambrils? En efecto, solazándose en el paraíso de Alá con las bellísimas y
jovencísimas huríes. ¡Almas de cántaro!: no permitáis que esos malvados reciban
semejante premio tan pronto: capturadlos vivos y que esperen a recibirlo un
montón de años, entre los muros de una cárcel, oliendo a cochino todo el día (sería
una prisión sólo para yihadistas, una granja de cerdos al lado). Así que no se
os ocurra disparar, menudo favor le haríais, contra el individuo que buscáis,
el fautor material de la masacre, mayor de edad al parecer, que menudo peso se
nos ha quitado de encima: de haber sido el de 17 años, con la ley del menor en
la mano, habría sido imposible meterlo en la cárcel perfumada de cerdos.
¿Y qué se haría con los que deciden inmolarse
directamente? Para esos se me ha ocurrido una idea a realizar sobre sus
despojos, inspirada (si es que todo está inventado) en los versos que le
dedicase el malvado de Quevedo a don Luis de Góngora: “Yo te untaré mis obras
con tocino/para que no me las muerdas, Gongorilla”. Sustituyan ‘obras’ por
despojos. Sólo con eso, no habría paraíso. Sé que por ahora la medida es
inviable, por su crueldad, soy consciente: sería poner en pie de guerra, aún
más, a todos los salafistas. Pero les digo una cosa: de seguir por el camino
actual, no descarto que algún día haya que recurrir a ella. A grandes males, grandes
remedios: o eso, o los “Reyes Católicos” (ni pensar quiero siquiera en lo que
haría Putin llegado el caso). No obstante, la “unidad institucional” le ha
quedado preciosa, don Mariano.