ANTROPOLOGÍA DEL NACIONALISMO
Agapito Gómez Villa
Como veo que pasa el tiempo y nadie se atreve con ello, he decidido hacerlo yo, que para eso fui alumno en Salamanca de don Luis Santos, iconoclasta y sabio profesor. La teoría había sido enunciada una década antes, para explicar la organización del cerebro humano: nuestro cráneo no alberga un cerebro, sino tres, que operan como "tres ordenadores biológicos interconectados, cada uno con su propia inteligencia, su propia subjetividad, su propio sentido del tiempo y su propia memoria". A saber: el complejo reptiliano, el sistema límbico y la neocorteza, los cuales han ido apareciendo sucesivamente a lo largo de la evolución. El más antiguo es el primero, quinientos millones de años lo contemplan, y se llama así porque lo compartimos con los reptiles, qué le vamos a hacer. Alguien ha dicho que la teoría de los tres cerebros está muy bien desde el punto de vista de la neuroanatomía, pero que no se sostiene desde el punto de vista del funcionamiento integral de esa máquina portentosa que es el cerebro, que lo usa todo "pro domo sua", pues que funciona como un perfecto holograma. De acuerdo. Pero lo que no se puede negar es que el complejo R, que así también se llama, tiene su propia parcela: ubicado en el tronco del encéfalo, se encarga de controlar comportamientos instintivos relacionados con las actividades más básicas de la supervivencia, incluidas la agresividad, la dominación, la territorialidad y los rituales. Alto ahí.
¿No les ha llamado nada la atención? En efecto: la territorialidad. ¿Y no les sugiere nada dicha palabra? A mí sí: si a la territorialidad le ponemos un nombre más pomposo, nos sale directamente el nacionalismo, que no deja de ser la variante humana de la meada con la que muchos animales marcan su territorio. En otras palabras: el nacionalismo es como la meada del perro, pero en fino. ¿Tendrá eso algo que ver con el hecho de que todos los perroflautas sean nacionalistas? Ahí lo dejo.
Pero la cosa no acaba aquí. Reparen en que delante de la territorialidad, figuran dos palabras que dan un poco de miedo: agresividad y dominación. Justamente lo que ha supuesto la esencia de todos los nacionalismos que en el mundo han sido, y que han provocado guerras y desgracias sin consideración: toda la historia de Europa sin ir más lejos. No me extraña. De esa triada dejada a su albur -agresividad, dominación, territorialidad-, no puede salir nada bueno. Y mucho menos si se la alimenta de consignas venenosas desde la neocorteza, la parte donde radica el intelecto. Un suponer: España nos roba; nuestro ADN se parece más al de los franceses que al de los españoles; somos una nación sin Estado; tenemos una lengua y cultura propias; la bandera de España me produce náuseas; españoles de mierda.... ¿Me han entendido, verdad?
Si Albert Einstein hubiera conocido la teoría de los tres cerebros (se enunció unos años después de su muerte), seguro que hubiera explicado el nacionalismo (hubo de salir por piernas de la Alemania nazi) a la luz del cerebro reptil. Pero no le hizo falta: como era muy listo, el más listo que ha dado la especie, la intuición le aproximó mucho a la realidad: "El nacionalismo es una enfermedad infantil". De la infancia de la humanidad, añado yo.
Agapito Gómez Villa
Como veo que pasa el tiempo y nadie se atreve con ello, he decidido hacerlo yo, que para eso fui alumno en Salamanca de don Luis Santos, iconoclasta y sabio profesor. La teoría había sido enunciada una década antes, para explicar la organización del cerebro humano: nuestro cráneo no alberga un cerebro, sino tres, que operan como "tres ordenadores biológicos interconectados, cada uno con su propia inteligencia, su propia subjetividad, su propio sentido del tiempo y su propia memoria". A saber: el complejo reptiliano, el sistema límbico y la neocorteza, los cuales han ido apareciendo sucesivamente a lo largo de la evolución. El más antiguo es el primero, quinientos millones de años lo contemplan, y se llama así porque lo compartimos con los reptiles, qué le vamos a hacer. Alguien ha dicho que la teoría de los tres cerebros está muy bien desde el punto de vista de la neuroanatomía, pero que no se sostiene desde el punto de vista del funcionamiento integral de esa máquina portentosa que es el cerebro, que lo usa todo "pro domo sua", pues que funciona como un perfecto holograma. De acuerdo. Pero lo que no se puede negar es que el complejo R, que así también se llama, tiene su propia parcela: ubicado en el tronco del encéfalo, se encarga de controlar comportamientos instintivos relacionados con las actividades más básicas de la supervivencia, incluidas la agresividad, la dominación, la territorialidad y los rituales. Alto ahí.
¿No les ha llamado nada la atención? En efecto: la territorialidad. ¿Y no les sugiere nada dicha palabra? A mí sí: si a la territorialidad le ponemos un nombre más pomposo, nos sale directamente el nacionalismo, que no deja de ser la variante humana de la meada con la que muchos animales marcan su territorio. En otras palabras: el nacionalismo es como la meada del perro, pero en fino. ¿Tendrá eso algo que ver con el hecho de que todos los perroflautas sean nacionalistas? Ahí lo dejo.
Pero la cosa no acaba aquí. Reparen en que delante de la territorialidad, figuran dos palabras que dan un poco de miedo: agresividad y dominación. Justamente lo que ha supuesto la esencia de todos los nacionalismos que en el mundo han sido, y que han provocado guerras y desgracias sin consideración: toda la historia de Europa sin ir más lejos. No me extraña. De esa triada dejada a su albur -agresividad, dominación, territorialidad-, no puede salir nada bueno. Y mucho menos si se la alimenta de consignas venenosas desde la neocorteza, la parte donde radica el intelecto. Un suponer: España nos roba; nuestro ADN se parece más al de los franceses que al de los españoles; somos una nación sin Estado; tenemos una lengua y cultura propias; la bandera de España me produce náuseas; españoles de mierda.... ¿Me han entendido, verdad?
Si Albert Einstein hubiera conocido la teoría de los tres cerebros (se enunció unos años después de su muerte), seguro que hubiera explicado el nacionalismo (hubo de salir por piernas de la Alemania nazi) a la luz del cerebro reptil. Pero no le hizo falta: como era muy listo, el más listo que ha dado la especie, la intuición le aproximó mucho a la realidad: "El nacionalismo es una enfermedad infantil". De la infancia de la humanidad, añado yo.